DE BARBAS, LETRAS Y FUSILES

BREVE FLORILEGIO DE SOVIETICA

En la vida perdura la muerte; en la herida hay sangre caliente. La guerra sigue dando de qué escribir, y la escritura trascendente es la literatura del vivir pues ahonda cualquier matiz imaginativo y recrea una percepción construida en tándem con el lector, de los fenómenos más representativos de la realidad.

Parece imposible que exista aún el odio suficiente como para que alguien se reviente a tiros. En esta era donde prepondera el prefijo neo y la globalización digital vive su auge, aún hay postores mortuorios con hambre de guerra y sangre de frío. ¿Desdicha o condena? ¿Respeto o Temor? ¿Violencia o defensa? ¿Decreto de honor?… cada fin de siglo se sueña un mundo mejor. 

La esencia de una auténtica guerra se gesta en su espíritu de lucha y permanencia. El tempranamente huérfano León Tolstoi, consideraba que dejando de lado las calamidades más nefandas y repudiables de la guerra, existía en su esencia, un sentido justificable de honor y respeto. La guerra constituye en Tolstoi un elemento dialéctico: de valor y pusilanimidad. 

Aquella mente y barba excéntrica sin precedentes, nació en 1828 sobre la comodidad bohemia de una finca rural al sur de Moscú. El padre de 13 hijos escribía a sus 40 años en su obra más prolija (Guerra y Paz), que “una ciudad ocupada por el enemigo… es como una doncella que ha perdido su honor”. Más de 150 años después, nos fue vendida la imagen de una doncella llamada Ucrania: deshonrada y lastimera.

En enero de 1902, Tolstoi nos dejó un último fragmento literario lleno de revolución en sus letras. La carta que le escribió al Zar Nicolas II, pedía el fin de la decadente autocracia rusa y clamaba por las frívolas ánimas asesinadas del campesinado ruso.

Alumno de Tolstoi, Antón Chejov (1860-1904), sembró un legado literario enorme, pero que se vio opacado por su ideología apartidista y neutra; muy mal recibida por la servidumbre campesina de la época. 

Mientras que los trágicos y siempre miserables personajes de Dostoyevski son una aseveración encarnada, de las desesperanzas de un pueblo raquítico, sumido en la enfermedad y hambre. Consecuencia de las desesperanzas del dolor urbano: rutinario e ilusorio, colmado hasta el Crimen y Castigo.

Hoy en día, la nación que vende patriotismo, cimenta xenofobia. Aquel espíritu valeroso y combatiente del siglo XIX, quedó enterrado en la globalización del medio capitalista: somos víctimas lánguidas del mismo discurso, pero politizado, con sus eternos arraigos a símbolos ornamentistas de un valor colectivo en decadencia. Tal ejemplo son los Himnos Nacionales y su encomienda a la sed de venganza social. (Exceptuando a los pueblos totalmente rotos, sin si quiera voz).

Las problemáticas que enervan la esperanza de convivencia, se destruyen con placer antagónico; sometidos estamos a la eternidad de la violencia: tan impía como adictiva, la guerra seduce tanto valientes como cobardes.

Consideramos que la escuela rusa en especial, ha logrado revertir por medio de su arte y talento narrativo-persuasivo, las consideraciones éticas en los aspectos psicológicos de la violencia. Es bajo el yugo de su pluma, cuando la trascendencia espiritual se refracta con claridad y empatía, logrando así desnudar la imagen pueril y carnal del hombre; hasta la justificación del mismo, justificación que jamás ha de apelar ante las barbaries inauditas de la guerra. Pero es gracias a la literatura y a su alcance, que siempre se podrá encontrar algo de arte en lo bastardo.

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