DOMO ARIGATO, MR. ROBOTO…

JAPON, DONDE LA MECATRONICA ES RELIGION

En la amplia plaza del Museo Miraikan, en la ciudad de Tokio, Japón, un androide de última generación recibe al público y con una perfecta dicción y una amplia sonrisa, le pregunta su nombre y acto seguido le dice: “¿en qué puedo ayudarte?”

En cualquier otro lugar del planeta esta interacción humano-robot resultaría asombrosa y convocaría a miles de visitantes, pero estamos en Japón, en el llamado “Museo del Futuro”, y esta atracción es de lo más común en un país en donde la mecatrónica no solo es una revolución en progreso, sino que también es parte de una religión ancestral, pues como explica la antropóloga Jennifer Robertson en su libro “Robo Sapiens Japanicus: Robots, Gender, Family and the Japanese Nation”, para los creyentes  del sintoísmo animista o shinto,  ciertos objetos , como los robots, están dotados de alma.  

Lo cierto es que la idea de que “dios baja de la máquina” o “Deus Ex Machina” surge en el teatro griego como un recurso mecánico que Eurípides utilizaba para darle mayor impacto dramático a sus representaciones. También, de origen griego, el primer robot operativo humanoide del que se tiene registro es el “sirviente automático de vino de Philon”.  

Los japoneses adoran los robots. Han formado parte de su cultura popular desde principios del siglo XVII, período en el que existió el autómata llamado Karakuri; pero en el tema de la robótica moderna (vocablo de origen checo utilizado por primera vez en 1920, en la obra “Rossum’s Universal Robots”, de Karel Capek), el primer robot operativo japonés llamado Gakutensoku, fue creado en 1928 con motivo de la coronación imperial de Hirohito, y podía mover la cabeza y las manos mediante un mecanismo de presión de aire, e incluso podía escribir algunas palabras para simular sus pensamientos cambiando de expresión facial.

Curiosamente, la robótica contemporánea en Japón tiene que ver con la cultura del cómic infantil -o manga- que surge en 1950 con el lanzamiento y popularización de Astro Boy, niño-robot con  apariencia y sentimientos humanos que literalmente invadió la televisión occidental llegando también a México. No obstante, el  verdadero desarrollo de la robótica japonesa comenzó poco antes de la Segunda Guerra Mundial, y se vio ampliamente proyectada en los años 70 gracias al uso de robots en la industria automovilística. 

Desde entonces, y a la fecha, el país del sol naciente se ha transformado en el paraíso de los robots, pues a diferencia de la cultura occidental, no existe esa cierta reticencia al contacto cotidiano con una entidad robótica. Esta fobia nos toca a nosotros y es conocida como síndrome de Frankenstein: miedo a que la tecnología se vuelva contra sus creadores. 

La tecnología robótica nipona en el área de la industrialización, ha llegado a tal grado de avance que hoy en día ya existen las “máquinas-madre”, especializadas en crear robots capaces de generar otras máquinas de producción; pero lo más sorprendente es el cada vez más creciente desarrollo de entidades robóticas destinadas a interactuar con los humanos. Por  ejemplo, en el Templo de Kodaiji en Kioto, existe  un sacerdote humanoide llamado Mindar que recita oraciones; Erica, una de las piezas más bellas y exquisitas de la mecatrónica nipona, incorpora Inteligencia Artificial, reconocimiento facial y 15 sensores con los que sigue los ojos de la persona con la que habla; o Robear, el robot-oso gigante  que cuida  a pacientes en hospitales y residencias.

No obstante, también en el paraíso hay conflictos y se dice que la robótica en el Japón, obedece a una problemática social que podría representar también el futuro de la humanidad, pues la tasa de crecimiento poblacional se ha visto drásticamente disminuida y los robots vienen a ocupar la fuerza laboral requerida para sustentar a una civilización muy avanzada, pero en franca decadencia.  

¿Los robots son una amenaza letal para los humanos, tal y  como lo profetiza la tradición judía en el relato del mítico Golem? ¿Estamos en los albores de un futuro más robótico y menos humano? 

El tiempo y las máquinas, si sobrevive la humanidad, tendrán  la respuesta…

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