En el nacimiento de la cultura europea, sus grupos emblemáticos hicieron de la conquista, el saqueo y su incansable afán por encontrar tesoros, su modo de vida: vikingos, romanos, bárbaros y hasta piratas, todos ellos aderezando sus tropelías en nombre de la libertad.
Los tesoros son precisamente objetos terminados principalmente en oro, monedas u orfebrería, piedras ya cortadas o pulidas, diamantes, rubíes y esmeraldas. Asimismo, cada época agregó objetos valiosos a su conveniencia tales como: telas, pócimas, esencias, especias, entre otros.
Pues todo eso y más, siempre ha estado en el Oriente; lejano y mítico en la antigüedad, eficiente maquilador y redituable inversión en la actualidad. Y es que no podemos omitir que la belleza y el engrandecimiento de ciudades como Venecia y Florencia se debió a la Ruta de la Seda hasta su bloqueo. Posteriormente, nuevas vías lanzaron a naciones costeras, como Portugal y Holanda, a competir en los océanos durante tres siglos contra España y la Gran Bretaña, para traer valiosos cargamentos de pimienta negra, clavo, nuez moscada, canela, comino, azafrán y otras especias que hoy no faltan en cualquier cocina del mundo.
Precisamente fueron las legendarias Catay y Cipango -hoy China y Japón- (nombradas así por Marco Polo), el sueño de oro italiano y Cristóbal Colón, en este sentido, fue quien logró convencer a la reina Isabel la Católica de hacer la mejor inversión de su reino para financiar su expedición que proponía a una ruta más rápida y libre de competencia.
Ya picada la la corona española, también financia a Magallanes en su circunnavegación, y fue él quien descubrió las islas Filipinas -nombradas así en honor al príncipe de Asturias y futuro rey Felipe II- para convertirse en la soñada ruta de comercio con el Oriente. Posteriormente, las Filipinas fueron gobernadas desde la Ciudad de México por el virreinato de la Nueva España. Ahí estamos en medio.
El Galeón de Manila o Nao de China, durante más de tres siglos unió a los puertos de Sevilla, Veracruz, Acapulco y Manila, trayendo sedas, porcelanas, marfiles, biombos y monedas plata -obviamente Made in China-, las cuales no pocas veces fueron objeto de abusivos comerciantes que multiplicaban su precio y de voraz rapiña, tanto de asalta-caminos, como de piratas en el mar.
Si acaso China perdió su atractivo fue durante los siglos que se introdujo el opio, droga que por esa lección histórica hoy está prohibida bajo pena de muerte, en donde retomó su importancia comercial.
Por otra parte, durante el siglo XX el gigante y muchos de sus vecinos, se sacudieron del colonialismo e imperialismo, para tener sus autonomías como estados independientes. Vietnam, Laos y los Tigres asiáticos, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur, además de los tigres menores: Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas.
Ante el tratado de devolución de Hong Kong, por la Gran Bretaña en el año 2000, el gigante tuvo que reformarse y aprender del capitalismo para enseñarlo en las aulas y fomentarlo desde el Estado. En este sentido, China abrió sus grandes corredores industriales, siendo Wuhan el más famoso, para que las marcas internacionales aprovecharan su mano de obra barata y les robaran sus patentes, provocando un espectacular crecimiento de doble dígito durante veinte años.
Así se rompió la pobreza mundial que las películas de ciencia ficción pronosticaban (“Soylent Green”, de 1973 y “1984”, de 1984), para que lo “Made in China” inundara el planeta, no solo de gadgets, sino de artículos varios, que de no hacerse ahí costarían al menos el triple: zapatos, ropa, juguetes, cristalería, plásticos, enseres y muchas otras manufacturas.
Finalmente, la República Popular China, una de las civilizaciones más antiguas, hoy es la segunda economía mundial y en esta década será la primera. Comunista, pero mejor amiga del capitalismo, tiene la mayor población, la mayor clase media y su lista algunos de los más multimillonarios del mundo.
Su liderazgo tecnológico en energía, telecomunicaciones y aeroespacial, la siguen haciendo atractiva para los negocios; y aunque es un país que difícilmente impone modas, nunca podrá ser atractivo su estilo de vida y mucho menos será un imán para la inmigración; es decir, casi nadie quisiera ser chino o vivir en China.
¿Seguimos nosotros en medio? Quizá podemos tener algunas manufacturas, que por estrategia global piensan desconcentrar de allá.
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