No sé si todo comenzó con “Edipo Rey” de Sófocles, cuando descubrió que él era culpable de la peste que asolaba a su pueblo y entonces se castigó así mismo removiéndose los ojos, convirtiéndose en un protagonista que se ganó el repudio general.
Tampoco sé si fue el despreciable Ebenezer Scrooge, de “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, quien nos gratificó con su transformación, de villano a adorable viejecito.
Lo que sí me consta, es que por las obsesiones de Truman Capote hacia los delincuentes, Dick Hickock y Perry Smith, en su novela “A sangre fría” (1960); comenzó una sacralización de los asesinos convirtiéndose en un problema grave en los EUA por tantos imitadores.
Asimismo, la “Naranja Mecánica” -novela de Anthony Burgues (1962) y película de Stanley Kubrick (1971)- hizo lo propio al hacer empático y hasta digno de conmiseración al violento Alex, un papel que ha vuelto inmortal al carismático Malcom McDowell.
Entre estos antihéroes no me puedo brincar al Lobo Feroz de Manuel “Loco” Valdéz, en Caperucita y Pulgarcito Contra los Monstruos (1962), que cambió para siempre las matinés teatrales, al hacer que los niños supliquen el perdón para este simpático depredador.
Y es que no puedo omitir que hasta el bestseller de los guionistas que lleva como título “Salva al Gato”, de Blake Snyder (2005), nos da una receta para que tu antagonista le caiga bien al público y nos menciona: “por más repudiable que sea: haz que salve a un lindo gatito”.
Aunque la realidad de la cultura norteamericana aporta míticos antihéroes, que si bien no fueron Robin Hood, vivieron entornos adversos. Billy the Kid era un pistolero querido por el pueblo en un ambiente sin ley, muerto a mansalva cuando se negociaba su rendición y perdón.
Otro ejemplo se sitúa en plena Gran Depresión con Bonnie Parker y Clyde Barrow, pues eran populares al tener de enemigos a los bancos. Ese villano que desalojaba a los granjeros de sus tierras por deudas hipotecarias impagables.
Un asunto que se ha vuelto habitual en nuestro tiempo es la fabricación, venta y consumo de drogas (legales o ilegales) las cuales siguen siendo asociadas a la diversión, el alivio o descanso. Bajo esta óptica implacable, un bartender debería ser tan letal como un traficante, pero no para la visión popular.
Antes de asociar a Al Capone con la palabra Mafia, se trataba de un empresario popular que fabricaba y vendía alcohol ante una prohibición considerada absurda e impopular, y sólo un inspector que aplicó la ley sin cuestionamientos pudo arrestarlo. Aunque, claro, no podemos omitir sus matanzas.
Desde su surgimiento en México, los traficantes de droga hacia el exterior contaron con un respaldo y admiración popular, cuestionable, que no tuvieron las autoridades que los perseguían. Esto es evidente en la proliferación de películas, series, canciones y demás productos culturales que hicieron apología de sus hazañas, conductas y estilo de vida.
Y ya entrados en la industria de los medios, todo productor sabe que una buena película o telenovela se sostiene más por sus grandes villanos, antagonistas de época, como lo fueron Carlos López Moctezuma, Noe Murayama o más recientemente María Rubio, Alejandro Camacho, Guillermo García Cantú, Alexis Ayala o Enrique Rocha, entre tantos otros.
¿Quién se acuerda de los buenos? Aunque el bien siempre triunfa… ¿Siempre?
Nadie es totalmente bueno y admirable; la entereza de los héroes nos aburre y nos hace sentir vergüenza de nosotros. ¿Y para qué están los malos y sus maldades, sino para poner a prueba nuestras escasas cualidades?