Batman es el más humano de los superhéroes emergidos de las historietas: nació en la tierra, no tiene superpoderes, ni mutaciones, siente que las causas ajenas son las suyas, se permite el ensimismamiento y la depresión, el pasado de sus padres siempre lo persigue; pero, sobre todo, prefiere la justicia por encima del dinero, la justicia por encima del reconocimiento y la fama; es detective, negociador, seductor y al mismo tiempo brutal e implacable si lo decide. Por el contrario, Bruno Díaz es analítico, templado, filántropo, multimillonario y CEO de Wayne Incorporated; pero, sobre todo, es egocéntrico.
Hay quien afirma que Batman es el dios del dinero o que ése es su superpoder, y vaya que es uno muy grande cuando se combina con una inteligencia atípica y un deseo de justicia o venganza (a veces se confunde).
En la más reciente película del Caballero de la Noche, dirigida por Matt Reeves, Batman se encausa en una misión titánica: descubrir, exponer y arreglar el tema de la corrupción. Con cada batalla que le va asestando Acertijo, Batman va enlazando cada eslabón de la compleja y oculta cadena de corrupción. El espectador va dándose cuenta, durante las casi tres horas de la película, de que La Rata es muy hábil para hacer conexiones, contactos y complicidades a todos los niveles. En ello hay dos tiros directos: que la vida real es muy parecida y que Batman es un hombre reactivo. Y en ello nuestras autoridades son muy parecidas: el combate al crimen organizado, que mueve miles de millones de dólares, es reactivo y combativo, pero quizá lo mejor es que fuera analítico y estratégico; que se pareciera más a Bruce que a Batman.
Pero recordemos algo que se repite, los contadores de Wayne Incorporated. Ellos son dejados plantados en varias ocasiones por Bruce, a quien buscan con insistencia para revisar la contabilidad del grupo. Si Bruce hubiera invertido la mitad del esfuerzo en revisar su propia contabilidad, que la que gastó en salir a la calle a arriesgar la vida y enfrentarse a monstruos, hubiera descubierto que su corporativo era el sustento económico del mal que atacaba. Y con eso, no digo que hubiera bastado, sino que sus golpes hubieran sido diez veces más mortíferos y contundentes. Tal vez la película hubiera durado hora y media, y a mí me hubiera gustado aún más.
Edgardo Buscaglia, un especialista en el tema, nos dice que la corrupción política a alto nivel siempre es un colectivo en el que participan toda clase funcionarios y actores externos al gobierno dedicados a casi cualquier tipo de delitos económicos complejos; desde tráfico de personas y drogas hasta lavado de dinero, pasando por tráfico de armas, contrabando, cohecho, fraude, enriquecimiento ilícito, financiamiento ilegal de campañas y corrupción en la contratación pública, entre otras.
Buscaglia acierta al proponer que se requiere más de un trabajo de inteligencia financiera que uno de agarrarse a balazos con el dealer del barrio, si de verdad se quiere extirpar la corrupción desde la estructura. Sería más efectiva una actuación judicial dirigida a la confiscación de activos y cuentas bancarias producto y facilitador del delito; establecer procedimientos sólidos y claros para elegir servidores públicos de manera transparente y con una menor interferencia del crimen organizado. Buscaglia asegura que una actuación judicial eficiente en el desmantelamiento de redes criminales no sirve de mucho si no se evita el crecimiento de burbujas de protección social y, sobre todo, de protección política, dentro de las cuales opera sistemáticamente la delincuencia organizada.
Batman, sin importar que sea un personaje de ficción, podría ser el personaje que se refleja en el espejo al que se asoman los ojos de las autoridades judiciales. ¿Qué funcionaría mejor: una historia interminable de combate noche tras noche a la delincuencia organizada o un trabajo de inteligencia y análisis día a día que ataque las estructuras económicas de las organizaciones criminales? ¿Bruce o Batman?