El poder de hacer algo que supera nuestra capacidad de asombro ha sido, desde el amanecer de nuestra humanidad, la inspiración que nos mueve, culturalmente hablando.
Los relatos de grandes héroes, pero también supremos villanos, son el punto de partida y común denominador de la mitología, la religión y el imaginario colectivo.
La eterna batalla entre el bien y el mal ha sido replicada de muchas formas a través de nuestra historia y por medio de las artes en todas sus expresiones. Pero también a través de la tecnología como una muy particular manera de lograr que nosotros, los humanos, podamos obtener capacidades sobresalientes o “superpoderes”.
Todo parece indicar que el tiempo de superhéroes y supervillanos de carne y hueso -o de carne y metal- ha llegado, a través de dos vertientes del avance tecnológico que no solo transformará nuestras capacidades físicas sino también mentales, llevando a la humanidad a otra era de la evolución selectiva que ya no será “natural” -como lo estudió Charles Darwin a mediados del siglo XIX- sino artificial y transhumana como lo profetizó Julien Huxley un siglo después.
La primera vertiente de este salto cuántico en la evolución de la humanidad se da a nivel genético. Al respecto, ya hay noticias, pues en noviembre de 2018 el investigador He Jiankui anunció -según documenta la revista MIT Technology Review- el nacimiento de “los primeros seres humanos modificados genéticamente en su estado embrionario; las gemelas Lulú y Nana”. En realidad, no se trató de gemelas sino de trillizas, y lo cierto es que tanto el anuncio y proyecto no fueron muy bien vistos a nivel mundial; puesto que derivó en el encarcelamiento de Jianku y su equipo de científicos por violar las normas éticas de China, país donde se llevó a cabo el experimento.
La segunda vertiente es la interfaz humano-máquina, que en agosto de 2020 anunció con bombo y platillo el muy cuestionado empresario tecnológico Elon Musk; quien en la presentación de Neuralink, mostró el último avance en neurociencia: el chip insertable en el cerebro de un animal que lo conectaría con un ordenador. De hecho, las primeras pruebas exitosas de este ambicioso proyecto radican en la excelente salud de la que gozan la cerdita Gertudre y el macaco Pager, los primeros seres vivos conectados cerebralmente a una computadora.
Las implicaciones de tales avances en el “software” y “hardware” humano, han provocado reacciones muy diversas tanto en la comunidad científica como a nivel legal. Pues ambas caras de la evolución sintética del ser humano apuntan hacia el tema de la bioética. Y es que se argumenta que a través de la aplicación de estos proyectos, se generaría un nuevo tipo de ”personas” privilegiadas y superiores al común denominador y en grado muy extremo se podría dar el caso de que quienes tengan la posibilidad económica de cultivar o comprar un cuerpo, humano o sintético, podrían digitalizar su memoria y de esta forma vivir eternamente.
Lo cierto es que nos encontramos en el umbral de una era donde los términos transhumano, poshumano o ente posbiológico son ya una posibilidad.
Viéndolo a través una óptica mitológica y religiosa, no podemos olvidar a la figura de Proteo; el dios griego que tenía el poder de cambiar de forma a voluntad y también adivinar el futuro. Lo cual fue la causa de muchas envidias terrenales y celestiales. De igual manera, no son pocas las religiones en donde una de las actitudes humanas más criticables, es la de querer compararse con Dios convirtiéndonos en árbitros de la vida y la muerte. Lo cual trae, de nueva cuenta, el antiguo conflicto entre la ciencia y la conciencia, o entre lo humano y lo divino.
Pero ¿cederemos ante la tentación de ser más musculosos que Hulk, más poderosos que Supermán, más listos que Tony Stark, más bellas y carismáticas que Wonder Woman o incluso, tener “más pegue” que el Hombre Araña?
La moneda está en el aire… y la respuesta a la vuelta de un futuro muy cercano.