La especie humana sigue siendo la misma; durante la juventud hay situaciones que molestan hasta ser insoportables; y que queremos cambiar, así como cuando maduramos, a cierta edad, se comprenden varias otras cosas que no pueden ser de otra manera y que necesitamos no solo aceptar, sino conservar. Así nace la vieja disputa entre el conservadurismo… y lo demás que ha tenido muchos nombres: rebeldes, liberales, revolucionarios, progresistas, etc.
En el proceso de elegir qué conservar o qué cambiar, podemos empezar desde lo personal, con valores escritos y no escritos, pasando por costumbres y rituales, trato a los semejantes, hasta el lenguaje que usamos, entre muchas situaciones que conforman nuestra personalidad.
Fuera de nosotros mismos, el siguiente nivel de elección tiene que ver con la sociedad, donde sólo podremos actuar en diversas formas de comunidad para reformar o cambiar las estructuras económicas y sociales, mediante empresas, instituciones, leyes y la cúspide del cambio: el gobierno.
Todas las propuestas de cambio o conservación se sistematizan y pretenden hacerse más atractivas, descalificando a las demás, con el objetivo de lograr más y más adeptos hacia su movimiento. A las de temas políticos se les llama ideologías; sin embargo, también existen sistemas de índole cultural, artística, social, comercial, publicitaria, etc. Por lo tanto, sus seguidores pueden tener grados de compromiso y llamarse simpatizantes, militantes, fans, adeptos, etc.
Y aunque ya parece cantaleta del siglo XXI, el mundo está cambiando vertiginosamente. Anteriormente los cambios eran procesos demasiado lentos que tardaban generaciones y hasta siglos en suceder. Respecto al gobierno durante milenios creímos en reyes elegidos por dioses y apenas llevamos tres siglos tratando de crear gobiernos que representen a los estratos más bajos, donde sigue estando la mayoría de la población.
En cuanto a economía, nos tomó 500 años pasar del capitalismo mercader por la ruta de la seda, brincar a la circunnavegación comercial, hasta la Revolución Industrial. Luego despegó el siglo XX con los hidrocarburos que hicieron posible el automóvil y la aviación y en su segunda mitad llegaron los medios masivos de comunicación, la publicidad y el entretenimiento, los cuales crearon nuevas formas de consumo.
Sin embargo, arribamos al tercer milenio con un mundo conectado y con tecnología digital en expansión que se retroalimenta con millones de respuestas, preferencias y gustos de cualquier parte del mundo.
Por ello, hoy, una misma generación (y no es victimismo) ha sido testigo de diversas maneras de convivencia, modas en el vestir, propuestas y manifestaciones culturales, formas de trabajo y consumo; que, además se complican con nuestro lugar como país en el concierto económico internacional. Ante tal flujo de acontecimientos debemos actualizarnos continuamente, a riesgo de quedarnos en el pasado.
Así continúa nuestro miedo a la alienación por lo que nos defendemos huyendo de cualquier calificativo, estereotipo o señalamiento predictivo. En un mayor grado puede aumentar nuestra paranoia y rechazamos la realidad impunemente, rodeándonos de gustos personales, sustrayéndonos de la realidad.
El colmo es cuando sobreactuamos el asombro para burlarnos de las creencias de generaciones anteriores: ¿De verdad creían que la tierra era plana? ¿A poco el pueblo creía que los reyes eran elegidos por Dios? ¿No sabían por qué vivían juntos Bruno Díaz y Ricardo Tapia? ¡Por Dios!
En algunas décadas, seguramente nos burlaremos de las generaciones presentes por creer en dioses, en el dinero, en los políticos, en el trabajo, en los autos… y en los memes.