Según expresa en la declaración de los Principios de Yogyakarta, el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, emitida en el 2006: “La identidad de género se refiere a la experiencia interna e individual de cada persona, puede corresponder o no con el sexo asignado al nacer, incluyendo el sentido personal del cuerpo (que puede implicar, si se elige libremente, la modificación de la apariencia o función corporal por medios médicos, quirúrgicos o de otro tipo) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, la forma de hablar y los gestos.”
Parece mentira, pero a poco más de medio siglo de la Revuelta de Stonewall, iniciada en Nueva York por la comunidad LGBTTTIQA+ en una lucha contra un sistema que perseguía a personas fuera de la heteronorma, se emite una declaración universal que reivindica y reconoce la diversidad y el derecho a la identidad de género.
Sin embargo, al respecto se puede aplicar la idea de que nuestra cultura contemporánea no está descubriendo, sino recordando sabidurías ancestrales y antiguos conceptos, como el “tercer género humano”. Históricamente hablando, los ejemplos de modificación de género por decisión propia son muchos y están presentes en muchas culturas; solo por mencionar algunos, el prominente filósofo griego Platón, en su obra “El Banquete”, relata que en el origen de los tiempos hubo tres tipos de seres: el masculino, el femenino y el andrógino.
Tras la llegada de los europeos a la América precolombina, encontraron la presencia en más de ciento cincuenta tribus nativas de individuos transgénero conocidos como berdaches, o “dos espíritus”, que fueron satanizadas y perseguidas al ser consideradas “desviaciones” contrarias a la sociedad occidental.
Lo mismo sucedería con los enchaquirados de la costa ecuatoriana, así como los Asog, Bayoguin, Bayoc y Catalonan de las comunidades indígenas filipinas; todos ellos grupos homosexuales de jóvenes hombres dedicados al sacerdocio que, en su comportamiento e indumentaria, actuaban como mujeres.
Pese a la penetración del pensamiento eurocentrista en todo el planeta, en los cinco continentes permanecen activos y vigentes “Paraísos Perdidos” del tercer género; en alusión al poema de John Milton que relata el mito fundacional del cristianismo, la pérdida de la inocencia del hombre y la mujer; y el inicio de la sexualidad como un dogma culposo llamado “pecado original”.
Según documenta Águeda Gómez, doctora en Sociología y profesora de la Universidad de Vigo: “En la actualidad podemos encontrar etnias con estructuras sociosexuales que contemplan la existencia de más de dos géneros, como los Xanith de Omán; Los Hijras, Koti, Panti, Aravani, Zenana Jogin y Siva-sati de la India; los Bakla filipinos; los Mahu en Polinesia y Australia; los Sarombay de la República Malgache, en Madagascar; los Paleiros de Timor; los Omeguid o Wigunduguid entre los Kunas de Panamá; o las vírgenes juradas o burnesha de Albania”.
Destacan en esta relación, los Nawikis de la sierra Tarahumara y los Zapotecas del Istmo de Tehuantepec; que se identifican con más de tres géneros. Sus figuras “etnoidentitarias transbinarias” son el muxe y la nguiu’ y estos, a su vez, dan lugar a una gran variedad de subidentidades muxe o nguiu’ con expresiones de género fluído, según los escenarios o el ciclo lunar.
El reconocimiento y la reivindicación del derecho a la elección e identidad de género es un tema actual y en constante avance; no obstante, etnias que han resistido y desafiado el binarismo judeo-cristiano, nos indican que estamos en un proceso histórico que resulta una paradoja; ya que el pasado y el futuro de la identidad de género parten de la misma fuente: el derecho inalienable de cada persona a decidir por sí misma, y ya no hay marcha atrás.