El ser humano ha buscado trascender las limitantes de la percepción, mediante la potencialización creativa del subconsciente; se ha gestado una realidad alterna en donde anidan cuerpos y mentes bajo un proceso de introspección deconstructiva.
Por más que el término droga evoque un cúmulo de contradicciones estigmatizantes, el común denominador en las distintas acepciones nace como la definición de cierta búsqueda exploratoria en el sujeto mismo: un navegar inmersivo por el cosmos de la mente del lector, pero también del psiconauta, y en algunos casos, ambos navegan por el mismo río que busca ansioso desembocar en un mar.
Bajo el velo del artista vive el corazón delator del lector. Hundido en la adicción narrativa, lingüística o poética, el lector adicto navega desenvuelto por las costas literarias, recreando vivencias que tal vez jamás podría vivir en su realidad. Como Stevenson escribiera su obra más lograda, La isla del tesoro, en tan sólo 6 días, el lector también sucumbe al abandono de su ser y se vuelve esclavo de sus vicios.
Desde el clásico y refinado romanticismo inglés, hasta el cínico y explícito antiarte Dadá, podemos percibir que la percepción del estado alterado, ha modificado paulatinamente, hasta formar parte de los procesos creativos en muchas obras maestras.
Es justo en la escuela británica, en dónde se empiezan a censurar varias obras de tópicos siniestros: Desde el poeta lakista adicto al opio Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) con su famoso poema Kubla Khan, inspirado en la descripción onírica del palacio de Xanadú y su último gran kan mongol; hasta el controversial Libro de la Ley (Liber AL vel Legis) del masón y rosacruz Aleister Crowley (1875-1947), como un manifiesto telemista sobre la representación transpersonal de una entidad de inteligencia descarnada (Aiwass).
Charles Baudelaire (1821-1867) con su antología de poemas malditos, siembra en la Francia parnasianista, el morbo y atracción por las sustancias prohibidas. Bajo el lema del arte por el arte, él bohemio parisino, logró consolidar obras como Los paraísos artificiales: un ensayo en donde se narra su experiencia con el hachís y el opio; y Las flores del mal, en donde se vislumbra una diatriba sin precedentes. Se sabe que Baudelaire junto con autores de la talla de Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Honoré de Balzac, formaban parte del primer gran club cannábico, el Club des Hashischin.
Tristán Tzara, el poeta rumano fundador del dadaísmo, escribió en su Primer Manfiesto Dadá, las absurdas premisas de la nueva creación artística, logrando así, marcar un hito de resonancia global en el surrealismo y el posterior estridentismo. Su ideología vanguardista, buscaba denotar la banalidad carnal del ser: pues por más que el hombre fuera capaz del raciocinio más complejo, incineraba su espíritu creador en la guerra.
Encaminados hacia la exploración de las sustancias psicodélicas y alucinógenas, existen varios autores medianamente contemporáneos que dedican su obra a los efectos de las mismas. Por una parte, el mayor enemigo de América, según Richard Nixon, el psicólogo y gurú del LSD, Timothy Leary postulaba que las tecnologías extáticas no son drogas, sino medios de expansión para la conciencia. Se conservan obras fragmentadas como: The Politics of Ecstasy, Your Brain is God y Flashbacks.
En los áridos llanos del noroeste mexicano, fueron comunes las prácticas sintéticas con fines espirituales. Desde la novela histórica de Gary Jennings, Azteca, se puede tener un registro del uso y ritual que los ancestros les daban a sustancias como el peyote y los hongos. Carlos Castaneda, en su libro Las enseñanzas de Don Juan, narra el aprendizaje yaqui sobre las neutralizaciones del poder en virtud de la trascendencia.
Sin duda, la tendencia del ser elevado, surge a través la experiencia común. Delata el vicio y la virtud que el artista busca manifestar. Así es como el arte ha navegado en la psique distorsionada de la realidad y ha sabido sacar a flote, las más elevadas representaciones de la vida y sus procesos.