El mimetismo es quizá uno de los aspectos más fascinantes de la evolución de las especies, algo que les permite a muchos organismos cambiar su aspecto físico o “desaparecer” ante sus depredadores para sobrevivir.
Sin embargo, además de este mimetismo defensivo, existe un lado siniestro cuando lo usa el depredador. Desde el camaleón entre las ramas, la telaraña invisible, los escorpiones en los rincones, el felino de piel manchada o la serpiente con escamas color arena; detrás del engaño puede estar la muerte.
Si existe un lugar exuberante, donde acecha la muerte en cada paso, es la cerrada selva del sureste mexicano y Centroamérica, cuna de la civilización Maya, cuya rama Quiché nos regaló el Popol Vuh. En uno de sus fragmentos nos relata cuando los hombres perfectos fueron creados por el Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra:
“Fueron dotados de inteligencia; alcanzaron a ver, a conocer todo lo que hay en el mundo. Cuando miraban, al instante veían a su alrededor y contemplaban en torno a ellos la bóveda del cielo y la faz redonda de la tierra. Las cosas ocultas (por la distancia) las veían todas, sin tener primero que moverse; enseguida veían el mundo y asimismo desde el lugar donde estaban lo veían. Grande era su sabiduría; su vista llegaba hasta los bosques, las rocas, los lagos, los mares, las montañas y los valles. En verdad eran hombres admirables.“
“Luego dieron las gracias al Creador y al Formador: -¡En verdad les damos las gracias dos y tres veces! Hemos sido creados, se nos ha dado una boca y una cara, hablamos, oímos, pensamos y andamos; sentimos perfectamente y conocemos lo que está lejos y lo que está cerca. Vemos también lo grande y lo pequeño en el cielo y en la tierra. Les damos gracias, pues, por habernos creado, Por habernos dado el ser. ¡Oh abuela nuestra! ¡Oh nuestro abuelo!“
“Pero el Creador y el Formador no oyeron esto con gusto. -No está bien lo que dicen nuestras criaturas, nuestras obras; todo lo saben, lo grande y lo pequeño. ¿Qué haremos ahora con ellos? No está bien lo que dicen. ¿Acaso no son por su naturaleza simples criaturas y hechuras nuestras? ¿Han de ser ellos también dioses?… Refrenemos un poco sus deseos, pues no está bien lo que vemos. ¡Que su vista sólo alcance a lo que está cerca, que sólo vean un poco de la faz de la tierra!“
“Entonces el Corazón del Cielo les echó un vaho sobre los ojos… Sus ojos se velaron y sólo pudieron ver lo que estaba cerca, solo esto era claro para ellos. Así fue destruida su sabiduría y todos los conocimientos de los hombres…”
Tal vez parezca un tratado de la arrogancia que proporciona el vasto conocimiento, en una sociedad que aplicaba constantemente la sumisión al esclavo y al enemigo derrotado. ¿Pero qué tal si lo vemos como un tratado sobre el miedo derrotado que acortaba la visión?
Aquellos mayas tuvieron que enfrentar el miedo a un ambiente profuso de peligros que acortaba su vista y evidentemente su conocimiento creció al superar estas amenazas. A través de varias generaciones, llegó a ser liberador, incluso, saber que hay más secretos que pueden ser develados, en lo grande y lo pequeño; creer que habrá un momento ideal en el conocimiento humano, que nos hará casi dioses. ¿Cómo y cuándo llegaremos a ello? Evidentemente después de derrotar nuestros temores… ¿No es una motivación para alcanzar ese momento idealizado, buscarlo también mediante ingestas psicoactivas? ¿Poder ir más allá del mundo real?
Algo de razón tienen el Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra, cuando vemos que en los países que alcanzan mejores niveles de bienestar, las nuevas generaciones van aplazando su paternidad y cada vez más jóvenes están convencidos de no proliferar, tras decantarse por sus intereses racionales y culturales, por encima de su misión biológica como especie. ¿Quién dijo miedo? ¿Seremos algún día como los dioses? ¿O para ser como ellos tendremos que imaginar universos mágicos a través de los viajes psicoactivos?