La adicción es una forma de diversión que se convierte en pesadilla.
La idea es un plato de miel rodeado de moscas. Entre más miel, más moscas, y entre más meten las moscas sus patitas, más se van rodeando de miel. ¡Mmmhh… que dulce, qué rico! Dicen las moscas hasta que la miel las atrapa, les llena las alas, las mata “suavecito”, “dulcecito”… pero finalmente se mueren bien muertas, o peor aún, se mueren en vida.
¡Claro, por supuesto! Eso se merecen esos adictos. Viciosos… Aferrados… Eso se buscaron por no saber apartarse de lo que les causa adicción, por dejarse llevar por la sensación de bienestar, de autoestima o de poder, pero sobre todo por placer incontrolable que brota de la dopamina que nuestro propio cuerpo produce, en una suerte de autosatisfacción sin límite, que cuando te engancha, no te suelta.
¿Pero te digo una cosa, mi querido replicante? Adictos , no solo son los aquellos que caen en la droga, el tabaco, el sexo o la gula. Quizás nosotros también seamos adictos, y ni cuenta nos hemos dado. O si no, ¿explícame por qué nos la pasamos pegados a la red, al juego electrónico, al celular, al trabajo, a la serie de moda, a las relaciones tóxicas, al reventón non-stop o al espejo de cuerpo entero? Te has dado cuenta que a veces hasta lo más sano, nos puede causar adicción. O ¿no me digas que pasarnos más tiempo en el gym que en casa, con la familia, es algo “muy sano”?
Alguna vez posando ante tu reflejo idealizado de ti mismo te has preguntado ¿Quién soy yo… quién en realidad soy yo?: ¿El que se ve en el espejo, el que crees que eres, o el que los demás ven en ti? La respuesta depende de qué tan adicto seas a sobrevalorarte y dejarte llevar por el ego.
Los tipos de ego que todos los seres humanos tenemos, son motores tan poderosos, que pueden cambiar nuestra persona física, rasgos de personalidad y pueden transformarnos en personajes que nada tiene que ver con la realidad, pero que no dejan de ser nosotros mismos.
Se dice que los griegos son los culpables de que las culturas occidentales busquen obsesivamente, como una forma de ideología adictiva, la combinación perfecta de la belleza estética y la inteligencia superior.
¿Sí? ¡Como no…! Por eso los inteligentes Atenienses, y los aguerridos Espartanos, aun siendo hermanos, en menos de 30 años de pelear entre ellos mismos, acabaron con toda una civilización milenaria.
Mas allá de la sobada frase “mente sana en cuerpo sano “, la lección histórica está en que la lucha entre la estética y la inteligencia siempre estará presente en los seres humanos y la justificación es la frase “ego me absolvo”, o como quien dice, “lo que hago yo por mí no solo está permitido, sino plenamente justificado, y ¡qué les importa!”. No cabe duda que el ego es la peor de las adicciones, pues muchas veces no suele distinguir el autoengaño.
En nuestros días, el ideal de alcanzar una estética sobresaliente, o una mentalidad superior y educada se siguen contraponiendo y se han convertido en verdaderas dependencias culturales preconcebidas o arquetipos aspiracionales.
Los cuerpos esculpidos a base de sudor, anabólicos y complementos energéticos han transformado en templos del fundamentalismo muscular a varias generaciones de fisicoculturistas, y a los gimnasios en verdaderos aparadores de la vanidad y el egocentrismo metrosexual en donde emular a Chris Hemsworth, caracterizado de Dios del Trueno, es la meta.
Por otra parte , las tribus geeks se han apropiado de los catedrales de la religión cibernética. El “músculo cerebral” ha convertido a los otrora “ratones de biblioteca”, en gurús iluminados y omnipotentes de la religión del lenguaje binario, la app y el algoritmo, en donde el único mandamiento es que el cuerpo tan solo sirve para soportar y transportar al cerebro. Aunque el cuerpo, el espíritu o la mente estén prácticamente en estado comatoso, a causa de la adicción al propio ego.
Lo cierto es que de algo nos tenemos que morir, y el que no se aferra, no cruza el río. Está muy bien, pero hablando de adicto a adicto: no te pases de miel, mi querida mosca y cuando en vez de ser divertido, te duela, déjalo… párale… piénsale… y, sobre todo, no veas con desprecio al adicto, porque puedes estar parado frente al reflejo de un espejo, con una patita en el plato de miel.