Literalmente, desde que nací (60’s) miles de veces he escuchado que vivimos una época de cambios y fuertes transformaciones, en lo científico, tecnológico, económico(sólo crisis) en lo social, y por tanto en la cultura.
Cambios, cambios y más transformaciones… Que primeramente se ven en el consumismo (bendita China que nos salvó de “Cuando el destino nos alcance”) cambiar de auto cada “X años”, de muebles o de ropa, no se diga, pues para eso muchos viven.
Cambios en el estilo de vida que incrementan los divorcios; nuevos hijos y familias disfuncionales. Cambios en la fe han aumentado el número de iglesias y cultos religiosos, tras esa libertad de cambiar de Dios, o de enfoque sobre el mismo… Transformaciones que llegan a lo más profundo de nuestras preferencias sexuales, hasta el triunfo legal de nuevo género e identidad.
Claro que la posibilidad de cambios va en relación directa con las posibilidades económicas del individuo. No todos pueden cambiar lo que quisieran, si tienen recursos limitados. Y entonces hay que quedarse con el mismo coche, la misma casa y ese tortuoso matrimonio con criaturas incluidas. Destino al que se debe amar, mientras no se tenga cómo indemnizarlos, porque si no…
¿A qué le vamos a ser fieles y leales en esta vida si no vamos a considerar como esencial nuestro género, familia, culto e identidad? ¿De dónde nos vamos a sujetar para al menos decir hacia dónde vamos, o de dónde venimos?
Porque también la época de cambios y transformaciones se muerde ella sola el cascabel, porque… ¡No contaban con la astucia de las redes sociales!
Para mi generación del cuarto y quinto piso para arriba, las redes sociales nos sorprendieron con su eficiencia para encontrar viejos caminos y personas del pasado. Y entonces nos regaló una gran época de reencuentros y grupos de exes de muchas cosas. Por supuesto todas las escuelas y grados; vecinos de la infancia, equipos deportivos, etc, etc…
Pero el reencuentro que causó más admiración fueron las y los exes… Para al menos ver si seguían guapas o guapos; o… ¿qué diablos les pasó? Y con tanto divorcio, pues algunas historias reiniciaron y otras volvieron a fracasar. Pero hubo redenciones, palabras pendientes, sentimientos alambicados, como los antiguos vinos, que por fin se ventilaron.
Los teléfonos inteligentes incrementaron la actividad en redes y existen desde los fantasmas mirones y aprobadores, hasta los que envían todo lo que les sucede o se comen. Pero finalmente todos estamos ahí de una vez y para siempre, al menos ubicados con un algoritmo, dentro del ahora llamado metaverso.
Aunque no pocos tuvieron las agallas de cerrar para siempre sus redes, o nunca más reabrir su cuenta. Realmente apenas conozco dos amigos con este caso. Ellos cerraron la posibilidad de trazar su vida en el metaverso, donde ya no les importa haber sido o no, haber tenido o no, conocido o no.
Y así tienen la libertad de ser lo que quieran ser, a cada instante, sin que nadie les recuerde sus fidelidades y lealtades. Porque no quieren confusiones o al menos no quieren compartirlas.
Compadezco aquellos que a sus 15 años tuvieron contactos por miles, más de los que yo tendré en toda mi vida, porque para cambiar un ápice de lo publicado, no es que no puedan, sino que necesitan más cinismo que nosotros. Ese pudor que al menos practicamos con fidelidad y lealtad los niños y jóvenes de antaño que ahora somos adultos contemporáneos.