En muchos sentidos, el pasado no ha pasado de moda y sigue allí, obligándonos a comprar el ayer, etiquetado de un hoy para el que el mañana no importa…
Basta caminar por las calles, recorrer las plazas comerciales, acceder a la red, observar las carteleras de espectáculos o en el caso más extremo, prender la tele, para darnos cuenta de la persistencia del pasado en nuestra cotidianidad.
Como en un viaje por el túnel del tiempo, hoy como ayer podemos ver a niños jugando con dispositivos electrónicos con personajes icónicos de las primeras olas gamers; tribus urbanas vistiendo prendas vintage y comunicándose con el rap sincopado convertido en hip hop; grupos que convocan su fiel fanaticada en multitudinarios conciertos anunciados como “reencuentros”; tributos de todo tipo dedicados a superestrellas que ya no viven, pero siguen vigentes y redituables, comercialmente hablando; reediciones, samplers, homenajes, duetos y versiones de éxitos que ya vendieron y vuelven a vender; canales retro, plataformas digitales y sitios web dedicados a reproducir, una vez más, los videos musicales de siempre, así como las sagas de films clásicos que se lanzan y relanzan, una y otra vez, en las salas cinematográficas o vía streaming.
En fin, tal parece que el mejor negocio de hoy, es reciclar la memoria y ofertar la nostalgia a las generaciones que vivieron aquellos tiempos “donde éramos felices y no lo sabíamos”; y al mismo tiempo apostarle al desconocimiento o la indiferencia de las nuevas generaciones con el fin de comercializar productos que reviven sin pudor los éxitos del ayer, en esa gran licuadora voraz llamada retromanía.
¿Qué nos sucedió, jóvenes revolucionarios? ¿ En dónde quedo la vanguardia y la contracultura? Haciendo una reflexión histórica, después del abrupto rompimiento entre la generación del silencio y los baby boomers de los 60 y 70 del siglo pasado, la siguiente gran batalla por la búsqueda de una identidad propia se generó en la década de los 80, cuando la competencia comercial encontró en los niños un nicho importantísimo para generar productos comerciales.
Por ejemplo, y musicalmente hablando, en México y los países hispanoparlantes, desde Cri Cri no se habían generado productos que impactara tanto al mercado, como los grupos infantiles de diseño, que en su momento fueron calificados de “bandas y solistas de plástico” a quienes se les auguraba una trayectoria efímera y un paso por la escena musical sin pena, ni gloria.
Nada más lejano a la realidad, y el tiempo les dio la razón, pues los niños que en los ochenta tenían entre 5 y 10 años, vivieron una era que se caracterizó por la aceptación de la música en español, la apertura de los escenarios musicales poperos y rockeros; el lanzamiento de productos, estilos de vida y toda una mercadotecnia especializada, primero en los niños, más tarde en los adolescentes, y finalmente, en los adultos jóvenes que alguna vez compraron, oyeron, cantaron, vistieron y acudieron a los conciertos de aquellos productos musicales y del entretenimiento que se negaron a desaparece, y hoy se han subido al tren de la retromanía.
Los directivos de marketing estratégico han descubierto que esta generación, que ya anda entre los 40 y 50 años, es un segmento de mercado por demás atractivo, ya que tienen un poder adquisitivo maduro y una fidelidad de marca educada desde su infancia por los grupos, estrellas y productos que les dan identidad grupal.
Es por ello que los espectáculos de la retromanía tienen tanto éxito, pues esta generación no va al concierto para ver al grupo o la estrella; van a un ritual colectivo donde ellos son la estrella; y los temas de aquellos tiempos les pertenecen, tanto, que muchas veces sus voces en coro ensordecen el escenario.
El pop nostálgico vende, y mucho, pero se está comiendo a sí mismo. Y aunque para la generación retro es más valioso el ayer que el hoy o el mañana, pues se dice que “ todo tiempo pasado fue mejor”; y posiblemente tengan razón, pero la cuestión de fondo es que no se puede avanzar hacia adelante mirando tan solo por el retrovisor, pues estamos en peligro de chocar de frente contra el futuro.