Nadie le conoce, pero todos le han escuchado, tiene diferentes métodos para asesinar pero recae en un perfil muy específico: el feminicidio. Han pasado 29 años desde el primer asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua y la identidad del autor o los autores, de estos crímenes seriales aún no tienen nombre.
Enero de 1993 abrió la llaga en la piel de la sociedad que aún no cierra. Sería en este momento que Ciudad Juárez, ubicado en la frontera mexicana con los Estados Unidos se convirtiera en una tumba que entierra impunemente hasta la fecha, lo que fue la vida de más de 2,300 mujeres. Las primeras víctimas contabilizadas fueron Angélica Luna Villalobos y Alma Chavira Farel. Tenían 16 y 13 años, respectivamente. Las dos fueron asesinadas y abandonadas en predios. Alma fue encontrada el día 23 y Angélica, 48 horas después. Fue así como se abriría el capítulo de “Las muertas de Juárez”, que se popularizó a tal grado que surgió la necesidad del término jurídico que hoy conocemos como “feminicidio”: la muerte violenta de las mujeres por razones de género, tipificada en nuestro sistema penal.
Y es que, no hay peor terror que el que sobrepasa a la realidad; esta realidad de las víctimas que corresponden a mujeres jóvenes y adolescentes de entre 15 y 25 años de edad, de escasos recursos y que han debido abandonar sus estudios secundarios para comenzar a trabajar a temprana edad. La mayoría de los crímenes fueron contra mujeres menores de edad, quienes a su vez eran madres solteras; las mayores de edad, obreras de maquiladora, unas 150 mujeres estigmatizadas por ser trabajadoras de bares, bailarinas o sexoservidoras; y en menor proporción se registraron amas de casa, estudiantes, niñas de hasta 9 años o incluso, recién nacidas. Hoy también se sabe que la mitad de las víctimas, fueron asesinadas con arma de fuego, aunque en algunos casos también fueron estranguladas, acuchilladas, golpeadas, violadas, sepultadas y atadas.
¿Por qué hay tanta impunidad en estos feminicidios? ¿Por qué estos crímenes siguen sin resolverse? ¿Por qué se revictimiza a las víctimas? ¿Por qué se minimiza las denuncias de violencia por razones de género?
Tres décadas han pasado y 2,376 mujeres han sido asesinadas, 282 siguen desaparecidas. Ciudades Juárez se ha quedado marcada por las cruces rosas cavadas en su tierra árida y postes y árboles llenos de fotos de chicas que soñaban con una vida que les fue arrebatada. En una ciudad de 1,5 millones de habitantes, es el horror frente a la lucha de las familias y de las organizaciones feministas que acusan al Estado de ser incapaz de lograr justicia. Organizaciones como Casa Amiga y Red Mesa de Mujeres, se han encargado de contabilizar los feminicidios desde su inicio y han conseguido con su lucha, crear en 1998, la Fiscalía Especializada para Delitos de Género del Estado de Chihuahua; en 2007 tipificar el delito de feminicidio; y en 2012 lograron que se abriera el primer Centro de Justicia para la Mujer de México.
Pesa y duele saber que este asesino serial no pretende desaparecer, y de Ciudad Juárez se va dirigiendo poco a poco a toda la república. Ya lo diría la periodista Rossana Fuentes Berain, “Los feminicidios son la otra pandemia en México”; pues la contingencia sanitaria derivada de la crisis del coronavirus ha disparado el número de feminicidios en nuestro país. Tan solo en el primer semestre de 2020 se contabilizaron 1,844 homicidios de mujeres, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
A la fecha, 10 mujeres son asesinadas al día, y el 97% de estos asesinatos quedan impunes y olvidados. Tan solo en junio pasado se registraron 89 feminicidios, la cifra más alta del 2022, de acuerdo con el informe de seguridad.
El feminicidio, ese asesino serial de la cual la sociedad somos cómplices, deja un rastro de sangre y dolor que poco a poco destruye las venas y el palpitar de nuestro México.