ENTRE EL ODIO Y EL AMOR

LA INEXISTENTE UBICACIÓN ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

El cuidado parental y el apego entre las crías y la madre es un rasgo distintivo de los mamíferos, o sea nosotros. Como decimos los mexicanos “no hay amor como el de una madre”. Ese sentimiento luego lo queremos rescatar y modificar como romance, enamoramiento, atracción o erotismo; en nuestra posterior misión reproductiva hacia nuestra pareja. Mismo que por cierto hoy -de tanto diferenciarlo de los demás amores- sucede que lo estamos matando muy temprano. ¿Suplimos ese amor o renunciamos a él?

El ser humano, como muchos otros mamíferos domesticados (que también sufren de obesidad) perdemos la medida de la saciedad. Todo aquello que nos gusta o necesitamos, lo requerimos continuamente y lo tomamos a veces en exceso mientras esté disponible. ¿Vicio? ¿Adicción? 

Pero basta que esa cosa o persona se aminore, se aleje o definitivamente se acabe, para entonces extrañarlo y desearlo; como si eso fuera suficiente para que aparezca frente a nosotros. Si el tiempo de su ausencia es prolongado, podemos tener un ataque de nostalgia y profunda melancolía. 

Hay quien nos observa sufrir, sin compartir la misma tristeza, y ya sea por diversión o por mera crueldad, le llega la idea de manipularnos, acercándonos o alejándonos de aquello que hemos vuelto nuestra adoración (cosa o persona) para torturarnos y hacernos su juguete o esclavo. 

Surge entonces el frío cálculo, la especulación; en una palabra, la maldad, que es distante del amor y no lo entiende; tal vez lo envidia, y cuando lo ve y puede, lo utiliza a su favor. La maldad necesita ser fiera, irascible y severa; contraria a la ternura, los apapachos y arrumacos del amor. Para ella el amor son apegos; cadenas de las cuales puede jalar para obtener lo que quiera. 

Ahí está la clave. Pero independientemente de que haya una o un maldito, existe por sí sola esa relación simbiótica entre la cosa o persona, y el sentimiento de tristeza que genera, llamado apego. El budismo enseña que el apego, junto con el deseo, son las dos causas del sufrimiento humano. 

Todo esto puede pasar en los primeros años de una familia, donde padres, hermanos, primos y tíos toman diferentes papeles. Es falso que haya amor para todos, todo el tiempo. Como en cualquier grupo humano, también se reparten la nostalgia, la tristeza, los apegos, la fiereza y claro que la maldad.

¡Sorpresa!… Si no tienes familia, recreamos los mismos vínculos en otros grupos, con igual reparto: la escuela, el trabajo y los amigos; por decir los inmediatos, además de otros círculos donde nos guste participar, como el club, la iglesia, los cursos, las excursiones, etc. En todos se juegan los mismos roles; aunque a veces también los intercambiamos, solo por venganza. 

Para el Budismo, desprenderse del deseo y del apego es renunciar a la posibilidad del sufrimiento, ya que un exceso de apego sería vivir esclavizado y con miedo. Por eso nos invita a practicar el desapego, que es romper vínculos afectivos hasta alcanzar el estado del Nirvana; es decir, la plena felicidad de ser autónomos.

En la dramaturgia existe el Alto y el Bajo Aliento. El primero es para los géneros mayores: la tragedia y la comedia. El segundo es para los sub-géneros: el melodrama y la farsa. En el Bajo aliento los protagonistas son incrédulamente buenos, casi santos y los antagonistas son exageradamente malos, estereotipados como malditos enemigos. ¿Polarización? Sí, así funciona el melodrama, por ejemplo. 

Por eso, conforme maduran las audiencias y crecen en edad, educación y nivel cultural, exigen otro tipo de historias, donde los buenos no sean impecables y tengan defectos, a la vez que los malos no se dediquen sólo a ser malos, sino que tengan aspiraciones humanas normales. 

Ese tipo de audiencias busca, sin saberlo, obras de Alto Aliento, que les dicen más sobre la complejidad del ser humano y que reflejan así mejor la realidad. Son los guiones y las actuaciones premiadas en los festivales y los Oscars.

¡Ah! ¿y el odio?… Es lo mismo que el amor, pero al revés.

Comparte