En las lujosas habitaciones del palacio, la Malvada Reina Grimelda lleva a cabo su diario ritual egocéntrico, y perfectamente maquillada y con la corona cuajada de diamantes posa ante su preciado espejo mágico y le pregunta: “Espejito, espejito… ¿Quién es la más hermosa de este reino?”. Por supuesto, su “malestad” espera una respuesta a la que esta muy acostumbrada: “Reina, mi reina… usted es la mujer más bella y envidada de todo este reino y de todo el universo”. Pero aquel día el espejo le tiene una inesperada revelación “la más bella de todas es su hijastra Blancanieves…”
El asombro de Grimelda de inmediato se transformó en envidia y su frustración en cólera. Las trágicas consecuencias escribirían un cuento muy popular que ha llegado hasta nuestros días en muy diversos formatos.
Pero, ¿qué sucedería si Grimelda hubiera nacido en este tercer milenio y el espejo hubiera sido la pantalla de su celular? Pues muy sencillo, la reina malvada aplicaría un filtro a su imagen, subiría la selfie a su cuenta de Instagram y lo más seguro es que la red habría literalmente explotado en likes; sus followers hubieran crecido exponencialmente y el hashtag #luvugrimelda habría sido tendencia. ¿Y Blancanieves? Pues nada… ni enanos, ni manzana envenenada, ni príncipe guapo y besucón; y todo vivieron felices para siempre…
Sirva este cuento y la adaptación que me permití realizar para platicarles acerca de dos curiosas tendencias que tienen que ver con dos temas muy actuales, pero también universales; y derivan de las atracciones y aversiones que todos los humanos podemos tener en estos tiempos de metaversos digitales:
El primero de ellos, que corresponde a una filia muy extendida y presente en la actualidad se conoce como “dismorfia del selfie”, así llamada por los expertos del canal TecnoXplora, y cito textualmente: “La dismorfia del selfie es un trastorno en el que la persona afectada se identifica más con la imagen de sus selfies que con su propia apariencia real. Esto surge usualmente entre usuarios de Instagram y aplicaciones similares que cuentan con filtros de belleza que modifican la cara. Las personas se acostumbran demasiado a usar estos efectos para verse más atractivas y con el tiempo acaban dejando de gustarse a sí mismos. Los filtros de las redes sociales crean una ilusión de belleza, mediante maquillajes y retoques estéticos, que no corresponde a la realidad de ninguna persona”.
Esto ha causado que los jóvenes desarrollen esta filia hacia su propia persona filtrada en el metaverso, pero también tiene una réplica mas elaborada en una actitud que podría asociarse con la aversión a asumir una identidad propia en el mundo real -o sea, una fobia a uno mismo- lo cual nos obliga a inventarse personalidades irreales y virtuales que viven y conviven en las redes sociales y que son mejor la mejor versión de un “yo que no soy yo”, pero se convierte “en uno mismo” y es nuestra representación avatárica. Según explica la psicóloga española Yolanda Pérez para el medio lamenteesmaravillosa.com: “En las redes hay de todo. Gente que muestra la verdad, otra algo irreal e incluso personas que enseñan la verdad a medias; estos son los más frecuentes y a través de la imagen avatárica construida mostramos lo guapos que somos, lo simpáticos y sonrientes que salimos en un instante; pero esas fotos que son reales, no muestran nuestra realidad, solo parte de ella, porque el día tiene 24 horas y es imposible estar sonriendo tanto”.
Ciertamente, la realidad puede ser una construcción aparente que vive en nuestra mente y se refleja en nuestra cotidianidad y en nuestra persona; y todos de alguna manera representamos no solo lo que somos sino también lo que queremos ser, y como queremos que nos perciban. Así es que el que este libre de apariencias, que arroje el primer filtro y deje de sonreírle a la pantalla.
Pero es también un hecho que todos, absolutamente todos, tenemos derecho a ser príncipes, princesas o princesos en el reino metaverso del like, pero la próxima vez que te tomes una selfie y la subas a tu red personal, piensa y reflexiona que puedes aparentar y cautivar a todos, pero no todo el tiempo; y a la única persona que jamás le puedes mentir… pues es a ti mismo.