LOS ARGONAUTAS DEL TERCER MILENIO

ENTRE LA ILUSION Y LA TECNOLOGIA, NAVEGANDO POR EL ESPACIO DIGITAL

En la inmensidad de la penumbra celeste, se gesta bajo la Tierra un mito heroico sin precedentes que constituye la relación entre ilusión y tecnología.

Tras atravesar las Rocas Azules, llegaron finalmente a la Cólquida… Y ahí los tripulantes del Argos, la nave con tecnología divina, contemplaron absortos aquel umbral sombrío y funesto al que Jasón -su capitán-, los había llevado en pos del vellocino de oro, esperando retornar desde el fin del mundo conocido, para erigirse como héroes universales…

En el ahora, recordamos el periodo de la Carrera Espacial de los años 60 entre soviéticos y estadounidenses como uno de los hitos de la modernidad que navega para concretar hazañas tecnológicas que retan a lo imposible; capitaneados por cerebros de prominencia mundial. Tal es el caso del ingeniero aeroespacial alemán Wernher von Braun, quien se formó en la sociedad de cohetes alemana del tercer Reich, trabajando en la fabricación de modelos explosivos para beneficio del Führer. Sin embargo, debido a sus problemas con la Gestapo, optó por entregarse a los Aliados, donde posteriormente fungió como uno de los máximos responsables de la tecnología espacial estadounidense.

Allá en los límites de la troposfera, mientras el traje espacial de Armstrong calibra la presión atmosférica y las aurículas aeronáuticas de Aldrin delimitan la altura, se percibe a lo lejos una canica color agua que rebosa en la infinidad de los abismos… La Tierra tirita en las tinieblas de la lejanía y el mundo reduce su tamaño en su insignificancia. Justo en ese momento, la humanidad se vio por primera vez minúscula y rebasada. A partir de entonces, las concepciones milenarias del hombre se vieron empequeñecidas.  

Es un hecho que la humanidad anhela conocer y conquistar el espacio y en ese sueño universal que nace en la infancia de nuestra especie, maduran sus logros.  Uno de los ejemplos más relevantes de esta transición entre lo ideal y lo real, es la Escuela Rusa Cosmista, la cual sabía que trascender sus propios límites era posible y que apoyados en la especulación de la ficción literaria lograrían alimentar la construcción utópica de un futuro. Filósofo y teólogo cosmista, Vladímir Soloviov influyó de manera significativa en el pensamiento ruso. Sin embargo, si queremos conocer a los científicos utópicos rusos, tendremos que empezar con Konstantín Tsiolkovski, “padre de la cosmonáutica”.

Del cosmismo se deriva el comunismo. Y la diferencia que sitúa a ambos conceptos en el ayer y el ahora, es meramente espacial; pues mientras los cosmistas buscaban crear una red universal para el acceso común, los comunistas buscaban hacer lo mismo en este planeta donde las ideologías nos separan, más que comunicarnos.  

Si nos deslindamos de los soviéticos y su literatura, podemos encontrar en autores clásicos, los primeros indicios de la ficción. Mary B. Shelley dotó de inteligencia tecnológica a Frankenstein, mientras Jules Verne vaticinaba la conquista lunar. Ya en ámbitos de ficción distópica no podemos omitir a Orwell, Huxley y Bradbury, quienes anticiparon el internet, en el cual los humanos de este tercer milenio ahora nos encontramos más que conectados, enredados.

Y es que buscando crear un mundo de comunicación, comunidad y visión cósmica, la pluma de los grandes autores de la ciencia ficción sigue avizorando a una humanidad que navega por la red, ese moderno Argos que nos mantiene (in)comunicados, entre la ilusión y la tecnología; entre la utopía y la distopia; entre el mito y la realidad; tratando de viajar hacia lo desconocido y regresar victoriosos. 

Hoy  en día, la conquista cósmica  se ha extendido hacia otros espacios igual de valiosos en una batalla más sofisticada pero igual de violenta. El universo real se ha tranformado en innumerables metaversos digitales. El vellocino de oro se llama ahora Big Data y los modernos  argonautas navegan a traves de los tormentosos mares plagados de algoritmos…

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