Es imposible definir a México. Tratar de comprender el poder omnímodo del mexicano, es sucumbir en los abismos.
Somos hijos seducidos por su tierra, por ende, somos deudores de su gracia. Compartimos la admiración recóndita y debemos lealtad al pueblo. Embelleciendo entre guirnaldas el folklor del verbo, damos al alma cuerpo. Tiramos lira, prosa y soneto. Somos poetas a cielo abierto.
Octavio Irineo Paz Lozano (1914-1998), fue sin duda, el poeta más logrado de la literatura mexicana contemporánea. Fue una persona de amplias relaciones sociales, mismas que le fueron posicionando dentro del mundo de la diplomacia. Embajador, poeta, ensayista y traductor, estas sólo son unas cuantas clasificaciones del poliforme espectro de un chilango muy chingón, y es su Premio Nobel de 1990, así como El Laberinto de la Soledad, su obra más chingona, en donde dedica un análisis por demás académico al verbo “Chingar”, alguno de sus mas reconocidos logros.
Paz empezó a inquietar su delirio artístico a muy temprana edad, y ya en la adolescencia derretía a sus musas en tinta. Pues el rasgo distintivo de su obra consiste en desenmarañar y/o elucubrar gran parte de la concepción cultural mexicana.
Existen pues, tantas pruebas inequívocas de nuestros amores con el martirio, con el dolor, con lo chingado, como de nuestra veneración a lo fugaz, que sería mentira negarlas, pero a diferencia del extranjero, el mexicano no busca cuando ya encuentra y no encuentra cuando ya pierde.
El origen de chingar se pierde en el tiempo y nos reencuentra en lo cotidiano: Xinachtli (semilla de hortaliza) o xinaxtli (aguamiel fermentado), es una definición que alude a la embriaguez; mientras que en Oaxaca los chingaditos son los restos del café. La RAE recientemente ha acuñado como oficial el término chingar; sin embargo, hay diccionarios que datan desde 1933 y explican su significado como: “cortar la cola o el rabo de los animales”. También se define como lo chingón, al gallo que se utiliza para entrenar a los que van a pelear.
En palabras de Paz, “Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior.”
Sería muy difícil para alguien ajeno, discernir la disputa propia del mexicano, y para ellos, sólo la dejamos entrever en nuestros ritos y costumbres, mediante nuestras trifulcas y festines, con nuestra voracidad insatisfecha. Ya entre nuestra alegría de sufrimiento, asomamos tiritando a gritos de agonía, la pasión exacerbada.
Tratar de dar razón a las locuras que nos dan vida, es buscar inútilmente, los motivos de la existencia. Y aun sabiendo el eterno secreto, la verdad se torna tan ambigua, que las pruebas carecen de fe. Lo que nos mantiene vivos, es la doble esperanza del fin: sagrado y maldito.
Con fuerza bruta, lágrimas de barro y sollozos impertinentes, salimos de la raíz a lo terrenal, al mundo desconocido y ajeno -de núcleo a corteza- le robamos un espacio al tiempo y resignificamos nuestra cultura.
Desafiamos como guerreros la lucha: sabios como escribanos y escuchas. Tatemados y aplastados en el metate, somos a prueba de placer y de fuerte carácter. Solemos profanar sus vicios, porque sus dioses nos son ajenos. Nuestra esencia de consistencia singular, somos hojas sembradas del cielo y flores del mar.
Naturales y sociales, así nos definimos; ingenio, destreza, razones y sentimientos, pero al no poder discernir al ser racional del ser social, miramos abyectos la bifurcación entre ambas tierras, compartiendo única y significativamente la misma grieta. El mexicano es esposo del sol y amante de la luna. Quizá para definir nuestra chingona mexicanidad, y ese verbo que es la vez sustantivo, adjetivo, antónimo y campeón de la polisemia, tendríamos que acudir a nuestra propia historia resumida en el “verbo encarnado” que nos da identidad: “ Hace un chingo de años, llegaron los invasores extranjeros, hijos de la chingada, y a puro chingadazo nos chingaron… ¡Son chingaderas!” Y desde entonces los mexicanos vivimos sin paz, deambulando en chinga, como canica en cajón, por el laberinto de nuestra propia soledad…