CHUCHO REYES, SACRO, PROFANO E IRREVERENTE  

SU OBRA REIVINDICO EL ARTE POPULAR MEXICANO

Rojo intenso, azul violeta, amarillo dorado, naranja calabaza, ocres que no niegan su parentesco con el barro, morados casi imposibles y por supuesto, ese color rosa intenso y pasional que no puede apellidarse de otra manera que “mexicano”.

México tiene el color en su espíritu con ese particular gusto por rodearnos, vivir y vestir con las combinaciones más coloridas e  irreverentes que dan fe de nuestra identidad como respuesta a la invasión cultural angloparlante y eurocéntrica que la modernidad, la moda y la globalización, nos venden para justificar la “nueva conquista de México” y  Latinoamérica. 

Sin embargo, la revaloración de nuestras propias raíces no es un fenómeno del tercer milenio, ni de finales del Siglo XX; pues la corriente cultural que convirtió la tradición en vanguardia y lo popular en tendencia, se origina en las primeras décadas del siglo pasado y una de las figuras trascendentales en este cambio de mentalidad, fue el artista irreverente, perseverante y visionario llamado Chucho Reyes, y en homenaje a nuestra mexicanidad septembrina aquí te cuento su historia: 

Chucho Reyes llegó a la ciudad de México en 1927 huyendo del feroz conservadurismo de los tapatíos, buscando desarrollar su talento artístico en ciernes en una ciudad más liberal y en una sociedad mas permisiva y menos retrógrada.

De Guadalajara trajo consigo cientos de antigüedades, pinturas, muebles, relicarios, imágenes religiosas y su propia obra; pues había heredado de su padre la profesión de anticuario y la manía de coleccionar los objetos más insólitos, entre ellos las piezas de artesanía mas hermosas y coloridas de su natal Jalisco.

Era tal la cantidad de piezas y obras que traía consigo, que se vio obligado a rentar todo un piso del legendario hotel del centro de la ciudad, mientras  buscaba afanosamente una casona antigua, de techos altos y grandes estancias para montar su estudio y alojar su gran colección de arte, muebles y piezas decorativas.   

Ese sitio ideal estaba en la calle de Milán y una vez que consiguió hacerse de él, se dedicó a reconstruirlo una y otra vez, volviéndolo a reformar, construyendo pasadizos, quitando muros, levantando otros y pintándonos con los mismos colores vivos y vibrantes que utiliza en su obra.

Sin embargo, Chucho Reyes era más bien una especie de ermitaño y disfrutaba tanto de su soledad, como de las agudas críticas que recibía por parte de los círculos artísticos más tradicionales y malinchistas. Algunas tardes, que se convertían en largas noches, recibía a Orozco y Siqueiros también a María Izquierdo a Frida Kahlo, y a Mathias Goeritz. Su amigo más querido y cercano era el arquitecto Luis Barragán, quien siempre reconoció que la pasión por el color y la integración de espacios, objetos y materiales típicos de la cultura popular mexicana, fue producto de la influencia de Chucho Reyes.

A contracorriente del estilo artístico de aquellos tiempos, Chucho Reyes pintaba en sus lienzos, o en  papel de china así como en los más variados objetos con figuras que evocaban flores, objetos de circo, gallos, Cristos, ángeles, demonios y calaveras. Destacó que lo que más le gustaba recrear eran los caballos.

Chucho Reyes fue muy querido y admirado por los círculos donde se gestaba la vanguardia; al paso de los años su labor como promotor de los nuevos talentos le valió trascender como maestro y guía de las  nuevas generaciones. No obstante su figura y legado fueron – de alguna manera- infravalorados, subvalorados, o poco apreciados, pues fue víctima de esa terrible enfermedad que padecemos las y los mexicanos, cuyos síntomas son el olvido crónico y la negación de nuestras raíces. ¿Triunfará finalmente la invasión cultural extranjera?…

Si tienes alguna duda, admira la obra de Chucho Reyes y siéntete orgullosamente mexicano o mexicana

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