“VINE A COMALA A CONOCER A UN TAL JUAN RULFO”

MEXICO: DONDE LA REALIDAD ES MAGICA Y LO COMUN, EXTRAORDINARIO

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.”

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (1917-1986), abre la obra pilar de la literatura mexicana con un simple verbo en pretérito. Y es justo eso, lo precisamente asombroso de Rulfo: pues muchas veces, con una sola sentencia, logra fecundar miles de postulados y teorías. La semiótica y hermenéutica de Rulfo, no conoce parámetros que respondan a una relación cíclica de su alcance. La magnificencia de la perfección que muchos académicos persiguen, es soterrada por la amplitud de la simpleza rulfiana. Y es que de por sí, la cronotopía de la obra de Rulfo es angustiante; pues es misteriosa. Conocer el sitio delimitado al que Rulfo llamaba Comala, es como tratar de fundar Macondo. 

En palabras de Rulfo, en entrevista a fondo con Joaquín Soler Serrano, sobre la gente que quería investigar y reunir datos sobre el lugar de Pedro Páramo (1955): «Cualquier persona que tratara de encontrar esos paisajes, el origen de las descripciones, no las encontrará. Los personajes no tienen rostros, la gente es común y corriente, como en todas partes. No había nada especial».

Nacido en un pueblo pequeñísimo de los Bajos de Jalisco, llamado Apulco, en Sayula, y siendo descendiente del linaje del capitán Juan del Rulfo (a cargo de las Fuerzas Realistas que combatían al ejército de Félix María Calleja), el autor primigenio del Realismo Mágico, desde plena infancia sería víctima y testigo del dolor más grande para un hijo. Con la pérdida de sus padres en la Rebelión Cristera, Rulfo tendría por delante, la inmensa tarea de lograr dar vida a la muerte. Y es justo ese rasgo sobrio y sombrío, el sello distintivo de sus obras.

La primera novela que escribió Juan Rulfo, tuvo que ser destruida por el mismo Rulfo, al considerarla muy mala y muy extensa. Se dice que hablaba acerca de la soledad que siente un campesino al ser trasplantado a la gran ciudad. Sería hasta 1942 que Rulfo publicaría su primer cuento: La vida no es muy seria en sus cosas

En 1953 se publica la primera edición del Llano en Llamas, con 15 cuentos, y en 1955, se anexan dos cuentos más. Podemos encontrar títulos como: Nos han dado la tierra, La Cuesta de las Comadres, Es que somos muy pobres, ¡Diles que no me maten!, Luvina, ¿No oyes ladrar los perros?, etc.

Deprimido tras el fracaso parcial de su libro de cuentos, y vendiendo neumáticos Goodrich por todo el país, Rulfo finalmente renunció y destinó su pequeño capital a la compra de la Remington Rand Nº 17, máquina de escribir famosa de aquella época. La fundación Rockefeller lo becó y le financió el proceso creativo de 4 meses para la publicación de su gran novela, Pedro Páramo, en 1955.

Tras su consagración plena, Rulfo aún ilusionaría al público mexicano y universal con la publicación de El gallo de oro, una novela corta escrita entre 1956 y 1958 pero publicada por primera vez en 1980. Posteriormente, las especulaciones y rumores confirmados por el mismo autor, darían pie a esperar una nueva novela del escritor jalisciense: La Cordillera, que “era la recua de mulas usada como medio de comunicación entre varias poblaciones rurales”. Pero finalmente, esta obra nuca llegó, y la vida de Rulfo conocería su fin una tarde del martes 7 de enero de 1986 en su departamento de la calle Felipe Villanueva, en la colonia Guadalupe Inn de la Ciudad de México.

Rulfo nos embriaga con rocío las raíces y nos planta de frente ante nuestra realidad; Rulfo enfrenta al mexicano contra sí mismo y lo resignifica. Las identidades se reencuentran, y el mito del mestizaje como un resultado lastimero y servil de los tibios, queda expuesto. El deseo de pertenencia y el miedo segregacionista ha hecho que, a lo largo del tiempo, el mexicano reniegue de sí mismo, buscando sublevar su condición y amplificar su resonancia. Es por ello que la obra de Rulfo busca ser un llamado de conciliación sin juicios, entre el mexicano y para el mexicano. La propuesta de Rulfo no orienta a reconocerse como indio, ni a identificarse como criollo, sino que invita a seguir desenmarañando el espectro enigmático que conlleva la mexicanidad, y sobre todo, a sacudirse el velo eurocentrista que ha acompañado a la historia de nuestro país por tanto tiempo…

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