EL TERROR COMO CONTROL SOCIAL

…”LA CHANCLA VOLADORA”

En el gran chismógrafo de Maquiavelo “El príncipe” (ese que solo era para los cuates) determinó las dos únicas formas en que un soberano podía ser legitimado por su pueblo; haciéndose amar, o haciéndose temer. La experiencia de cualquier etapa de la humanidad nos reitera que no hay otra forma de ejercer el mentado y re-mentado joder, perdón, PODER, desde el microcosmos familiar, hasta diferentes escalas de la sociedad, que el temor-terror. 

En cuanto tuvimos la capacidad cerebral suficiente, el homo sapiens se volvió el terror de las demás especies, creando armas filosas de las piedras, y haciendo rituales ridículos, como bailes, gritos y gruñidos que sólo mostraban lo pequeños y frágiles que somos ante una naturaleza que la vimos siempre amenazante. 

Nuestro primer terror provino de la naturaleza y sus misterios, empezando por la noche, la obscuridad, la espesura del bosque o de la selva; la ponzoña y el aspecto de los arácnidos; la fiereza del tigre o del jaguar. Aspectos que nos retaban y sacaban lo mejor de nosotros: como el valor, la valentía y el arrojo; logrando así ser cazadores o guerreros, actitudes ejemplares que seguimos imitando. 

Aquí los aztecas impusieron un terror con el sacrificio humano, para controlar desde Xalisco hasta Yucatán. Por más que algunos antropólogos quisieran romancear este acto sanguinario y sacralizar a sus deidades, eso de abrir un pecho o ponerse encima la piel del sacrificado les provocaba un frenesí o fascinación a los sacerdotes que hoy vemos en los filmes de psicópatas. 

Y claro que provocar terror es placentero; es el método de tortura humana por excelencia. Nos pertenece y lo tenemos metido hasta la médula. Nos hace segregar endorfinas y se siente el sabor de la adrenalina en la boca. 

Desde un bebé que tortura a un insecto, o a su hermanito, hasta quien juega una broma pesada, o cuenta historias en una fogata, provocando terror, prueba el placer del poder. 

Pero por otro lado, aquel que sufre el terror, evidencia un masoquismo que se ha vuelto una experiencia deseable. ¿Cómo explicar este cine de terror, que durante décadas ha explorado los miedos más profundos de diferentes generaciones y culturas (como terremotos, incendios, glaciaciones, asteroides, pandemias  y todo tipo de catástrofes), para llenar las salas cinematográficas o las numerosas bajadas de streaming? Ahí cabe explicarlo como una adicción a la segregación hormonal. 

El cine gringo evidencia un fenómeno curioso entre torturador y torturado, que tal vez ocurre en la vida real: quien tiene el arma amenaza al desarmado y tiene el derecho de ser burlón, irónico y hasta vejador. Pero si por cualquier circunstancia, el arma cambia de manos y se invierten los papeles; la ex-víctima, persona buena y poco violenta, de pronto se torna irreconocible de tan cruel. 

¿Qué tan necesario es el terror en nuestras vidas? ¿Es necesario para el control de las bendiciones? Sólo tenemos que ver a muchas de ellas, que no conocieron la chancla voladora, sino eternas negociaciones, que sufren peores golpes a su ego. 

Al parecer, se cree que solamente con mostrar un “no me tienes tan contento” es suficiente para formar hijos. Pero de tanto “control filial” algunos padres se quedan jetones con una fuerte arruga en la frente o en la boca, y hasta se provocan un cáncer, para el resto de sus vidas. 

Hay quienes creen genuinamente que el terror y la crueldad pueden ser expulsados del ser humano. Por ello la prohibición de la tauromaquia, las peleas de perros o gallos, entre otras disposiciones para proteger a las demás especies animales. 

Tal vez por esas especies esté bien, pero no terminarán con la fuente original, que es la capacidad infinita del ser humano para provocar dolor, temor o terror, y disfrutar su crueldad, a través del acto de la tortura. Si no detenemos a ese bebé torturador y le generamos culpa de ello, nunca se agotará ese ánimo y encontrará siempre por donde seguir saliendo. 

Con la mea culpa de haber causado temor, dolor, terror o tortura, a un animal, pariente, amig@, compañer@ o novi@, corremos el peligro de olvidar que es una de las principales armas de la humanidad para defendernos o atacar (la disuasión nuclear); un gran recurso, individual y colectivo, para el control de cualquier situación. Aunque no todos tenemos la maestría de aplicarlo como nos lo recomendó Maquiavelo.

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