Así como la total oscuridad precede al amanecer, las catástrofes que ha sufrido nuestro planeta han dado origen a sitios donde la geografía y los ecosistemas que ahí habitan son tan extraños e inusuales, como las teorías que tratan de explicar su origen y EL misterio que los acompaña.
Por supuesto, todas estas características describen a la península de Yucatán, y de manera muy particular, al sistema hidrológico subterráneo más extenso del planeta del cual tan solo han sido explorados y cartografiados un total de 600 km que incluyen galerías, túneles, cavernas y ríos que se conectan con el mar y tienen la particularidad de tener agua salada en la profundidad y agua dulce en la superficie.
Se calcula que en toda la península yucateca hay algo así como 15 mil cenotes, muchos de ellos completamente vírgenes, o por lo menos desconocidos en nuestros tiempos, ya que para los antiguos mayas, cuya civilización se caracterizó por su gran conocimiento, respeto y observación de la naturaleza, los cenotes eran los portales sagrados que conectaban al cielo y la tierra con el inframundo, el sitio que según la cosmovisión maya era el destino obligado de todos los seres humanos cuando al morir el cuerpo terrenal , el alma se despojaba de la carne y se disponía a realizar un viaje místico por las profundas y oscuras aguas subterráneas donde reinan los señores del Xibalbá, las 12 deidades a quienes se les consideraba causantes de las desgracias, enfermedades y todo tipo de catástrofes.
En los cenotes se llevaban a cabo los rituales sagrados como la ceremonia del “Chen Ku”, que consistía en arrojar hombres, mujeres y niños vivos a las profundas aguas, con el fin de venerar y complacer a los muy temidos dioses del Xibalbá: Hun Camè y Vucub Came, quienes eran nada más y nada menos que los jueces supremos del panteón maya, y de ellos dependía el otorgar nueva vida o castigar con la oscuridad eterna a las almas que desfilaban ante su presencia.
¿Pero de donde proviene esta oscura y profunda relación dual entre los cenotes sagrados y el culto a la muerte? ¿Será posible que de alguna manera los sabios y enigmáticos mayas tuvieran la conciencia cósmica, adivinaran o dedujeran que el evento más mortífero en la historia de la Tierra fue el origen de los portales al inframundo donde reina la muerte, pero al mismo tiempo hace posible que gracias a los ríos y canales subterraneos surja y prospere la vida?
Esta afirmación puede sonar a una teoría bastante improbable y difícil de sustentar de una manera científica, pero lo cierto es que los alcances de la refinada cultura maya siguen siendo un enigma que aún asombra a la comunidad científica y que, en muchos aspectos, como por ejemplo la exactitud de los cálculos matemáticos y astronómicos que dieron lugar a dos calendarios que reflejaban con fidelidad el movimiento de los planetas, los eclipses y los ciclos solares y lunares.
El primer de ellos, el de cuenta corta, se utilizaba para marcar el año solar; y otro más, el largo, que marcaba los acontecimientos sagrados, las fechas fastas y nefastas, y de una manera asombrosa señalaba como el inicio de los tiempos el día 1 de agosto del año 3114 a. C y de una manera algo escalofriante señalaba como fecha final de los tiempos el 21 de diciembre de 2012.
Lo cierto es que, contra todos los presagios y pensamientos fatalistas, el 21 de diciembre de 2012 no hubo tal evento apocalíptico, aunque la conjunción astral fue un suceso muy notable. Sin embargo, la explicación acerca del aparente error de la fecha marcada por los mayas como el umbral de los tiempos se debe a la suma de 13 días por siglo que se adoptó a partir de 1582 cuando el calendario Juliano fue sustituido por el Gregoriano; lo cual implicaría que en realidad la fecha marcada como 21 de diciembre de 2012 ocurrirá 17 años después, en una fecha difícil de calcular por el ajuste de los años bisiestos.
¿Qué evento cósmico, catastrófico o sobrenatural nos depara el futuro profetizado por los sabios mayas? ¿Nosotros, los mamíferos sobrevivientes del asteroide Chicxulub la misma suerte de los dinosaurios? El futuro aún no está escrito y quizá por ahí nos sorprenda una piedra voladora.