Los cuatro jinetes del Apocalipsis son las representaciones simbólicas de los diferentes eventos que acaecerán en él Juicio Final. En el occidente cristiano, se identifica al caballo como el símbolo de la civilización, y en su lomo vienen aquellos que son portadores de vida o de muerte. Los cuatro jinetes representan a los cuatro vientos del cielo yendo a los cuatro puntos cardinales:
- El misterioso jinete del caballo blanco, es símbolo de Dios, el Evangelio y la religiosidad, pues viaja con una corona y un arco apuntando hacia la victoria celeste.
- El segundo jinete blande una espada y cabalga sobre un caballo rojo, simbolizando el derramamiento de sangre.
- El tercer jinete monta sobre un caballo negro y porta una balanza tan desnivelada que representa el hambre.
- Por último, el cuarto jinete es la muerte misma, con la espada sangrante y con la balanza roída, representando los males principales de la Tierra.
Para la cultura occidental, los jinetes del Apocalipsis representan la lucha arquetípica entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte; y siempre se nos ha obligado a defender el lado bueno o la vida, sin preguntarnos siquiera si los buenos son realmente buenos.
Mediante la evangelización y los dogmas cristianos, se nos ha infundido la cultura del terror y el régimen del miedo, creyendo así, que mientras más castos y puros fuesen nuestros actos, más lejos estaríamos del rumbo de los cuatro jinetes, es decir, del triunfo del mal.
Y, sin embargo, en la celeridad cotidiana que nos amenaza, parece que sólo nos queda elegir el mal a nombre del bien. Pues mientras se nos enseña a ser buenos para con el prójimo, al mismo tiempo se nos orilla a humillar a los que no son como nosotros. Mientras se nos enseña a pelear por nuestros ideales, se nos reprime al expresarnos “de más”. Y cuando se nos incita a ser mejores, se nos orilla a pisotear a nuestros rivales.
El velo hipócrita que tiñe a nuestra sociedad empieza a desvanecerse, y la cortina de niebla que guarda pestilencias de odio, empieza a ser un harapo visible de segregación y polarización totalizante.
La coartación del pensamiento ya no se lee más como una novela distópica del siglo pasado, sino que está tan latente en nuestra sociedad, que lo ignoramos por completo… pues mientras los cóndores militares sobrevuelan la ciudad, las cámaras del C5 vigilan nuestras vidas, y los retenes de seguridad nos incriminan, las bocinas y telepantallas del transporte público siguen alentando la devoción al gobierno (o al gran hermano). Cercanos estamos a la hipnopedia de Huxley, e insertos en las filas del Ingsoc de Orwell.
Mas no todas las herramientas de control están afuera; pues la nueva esclavitud se aloja en nuestras propias manos. Mientras los monopolios acaparadores de la industria nos venden sus productos nuevos cada vez más caros y cada vez más desechables, nosotros nos sentimos soñados al vernos insertos en aquel mundo material de pertenencia. Y así es como la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, toma su cauce y sucumbe en su propia corriente.
La tecnología ha rebasado al futuro y los medios de control masivos que antes eran tan explícitos, hoy se esconden incluso detrás de unos cuantos centímetros de pantalla (pantallas que sirven gracias a la explotación extractiva del coltán congolés).
Hoy en día, y sin duda alguna, creemos que el auge titánico de la tecnología nos hace “amos” de nuestra realidad, pues creemos poder manipularla y aprendemos a crear planos virtuales a nuestro antojo. Las posibilidades de personalizar nuestros dispositivos móviles, nos hace perder la cabeza y explotar en desidia. Pero más temprano que tarde, la hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma, hasta dejarnos insertos en un eco infinito de zumbidos y cacofonías digitales. Así es como terminamos enfermos de tinnitus en el enjambre digital de Byung-Chul Han.
Finalmente, la constante decadencia que nos somete, lucha a muerte por aniquilar la memoria histórica de nuestras raíces. Nuestra nueva generación anhela olvidar el pasado rancio y sueña con vivir del futuro, sin saber que el presente es el único dejo de vida tangible, pues persiguiendo el futuro, siempre nos toparemos con el pasado, y de no impulsar un acuerdo entre ayer y mañana, habremos perdido totalmente el hoy y el ahora…