“Pericla Timidus Etiam Quae Non Sunt Videt”.
El asustadizo ve, incluso, los peligros que no existen.
Publius Syrius
Para Edgar Allan Poe “el horror es el destino”, y las crueles apariencias de la vida son la conjugación del miedo en sí. No se necesitan más monstruos que nosotros mismos para poder crear un infierno; la silueta despectiva del horror está de paso por lo eterno, metida en la sangre, oculta en los huesos; el real y más oscuro horror, se esconde a plena vista nuestro ser y descansa en lo más profundo de nuestra alma.
El capricorniano o “buen diablo” más importante del siglo XIX, sería también él vocero más prolijo de la entidad del miedo y el suspenso; la literatura gótica, detective y criminal de Poe, fue la carroza unificadora entre tinta y sangre, entre creación y destrucción, entre vida y muerte.
Hoy recordamos en esta breve nota al gran maestro que nos hizo tener pesadillas viendo a la ventana y pensando en Los Crímenes de la calle Morgue, o sintiendo claustrofobia en La barrica del amontillado, incluso tiritando de miedo junto los dientes y la cabellera de Berenice, hasta agotarse en un suspiro constante del ¡Nunca Jamás!…
Sin más preámbulo, parafraseamos y sintetizamos su Corazón Delator:
“¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra, en el cielo y en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Me parece que fue su ojo semejante al de un buitre…. ¡Sí, eso fue eso…su horrible ojo!
Muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama.
La octava noche me decidí…me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón, pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. El viejo había muerto.
En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía, pues durante la noche un vecino había escuchado un alarido sospechoso. Los oficiales registraron, hasta sentirse satisfechos.
Al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos cada vez más intenso… ¡Más alto… más alto… más alto! ¿Era posible que los oficiales no lo oyeran? ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sentí que tenía que gritar o morir!
– ¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!”
Desde su primera aparición en 1827 con su Tamerlán y otros poemas, el multifacético escritor; ensayista, novelista, reportero, poeta y un largo etcétera… sería un símbolo consagrado en las criptas de la infinita oscuridad. El enigma nunca dejó de ataviar su espectro y hasta su muerte quedó incierta, siendo la depresión eterna, los opioides, el alcohol y la tuberculosis, los factores determinantes para su fin, el cual sería a su vez, el inicio de su legado.
Allan Poe consigue verso a verso, es ir acercando el miedo cada vez más, hasta de pronto, saberse perdido en el horror. Sumidos en el sortilegio abismal, las apropiaciones malignas del espíritu cobran forma… los pensamientos se ven seducidos por perversas rencarnaciones y nuestras creencias se ven desnudadas por el pavor y el miedo; las infames tinieblas se apoderan del caos.
Seguramente la mente de Edgar A. Perry nunca será entendida del todo, y las cenizas de su corazón sólo aviven la llama de los muertos o amorosos… pero mientras sus letras descansen debajo de un hogar, la paz será una residente temporal en las cárceles del miedo…