QUETZALCÓATL VS. TEZCATLIPOCA

LA DICOTOMÍA ENTRE EL BIEN Y EL MAL

Con todo lo difuso y múltiple que es la mitología prehispánica, ambas deidades surgen como la dicotomía entre el bien y el mal que le viene bien al mundo occidental, por ahí del siglo X, sospechosamente a la par del descubrimiento del pulque. 

En la primera civilización importante del altiplano, Teotihuacán, la Diosa de Tepantitla es uno de los murales que da cuenta de una cosmogonía más allá de la vida. En la parte baja del mural, debajo de la tierra, está el fragmento, llamado por Alfonso Caso, el paraíso de Tláloc, con diferentes escenas donde los habitantes teotihuacanos ya muertos, en el inframundo, realizan actividades gratificantes, como el juego de pelota, el patoli y cantos, entre otras diversiones, muchas desconocidas, que así lo muestran en sus gestos y actitudes. 

Sobre el nivel de la tierra, en la parte superior, está lo que llaman y aún se discute, como la Diosa de Tepantitla, la representación de una ceremonia ritual, en la que dos sacerdotisas ayudan a una mujer en parto, la cual yace sobre un altar coronado con un gran penacho de plumas de quetzal, un mascarón y una faz de águila. La mujer yace del lado ciego, según la posición de sus manos (que rebosan de agua) y está dando a luz a dos ramas de un árbol, que se divide entre lo que parece ser lo masculino y lo femenino. Ambas ramas crecen y se entrelazan dos veces, teniendo cada una en sus hojas, diferentes aportaciones a la riqueza de la vida, en insectos y otros animales. 

Fuera de esta dicotomía, entre lo femenino y lo masculino, la cultura teotihuacana ve al inframundo como un espacio de gozo y placer. Ni siquiera se representa en este mural alguna amenaza a la cual hubiera que temer. Hasta podríamos reprochar a los sacerdotes teotihuacanos el no recurrir al temor como arma de fe, algo muy normal en el mundo occidental desde la tragedia griega. 

A la caída o abandono de Teotihuacán surgen otras acrópolis, como Cholula y Xochicalco, y a la caída de éste último sitio, surge el esplendor de Tula, donde tiene lugar la historia-leyenda de su último rey Ce Acatl Topiltzin, sacerdote advocado al dios Quetzalcóatl, que precisamente fue educado en Xochicalco, antes de ser entronado. 

Aunque no se trata de la mismísima serpiente emplumada, sino de un mortal, también se convierte en leyenda al haber sido el Quetzalcóatl que Moctezuma esperaba a su regresó y que por eso confundió con la llegada de Hernán Cortés. 

Pues este último gobernante de Tula enfrentó a lo más parecido a un demonio prehispánico: Tezcatlipoca, aunque más bien pudo ser a sus seguidores, lo cual da igual. “Espejo humeante” era en ese momento la deidad más poderosa, viril, omnipotente y omnipresente, siempre joven; voluble e impredecible… Cualquier Zeus, pues. Que curiosamente acompaña al descubrimiento del pulque, en el Valle de Apan, Tlaxcala. 

Primero los pintados de negro y blanco le mostraron su típico espejo de obsidiana pulida, donde Topiltzin Quetzalcóatl, quedó impresionado por su propia fealdad y cayó en profunda depresión, dejándose crecer la barba. Engolosinados con su maldad, los mismos lo engañan dándole a tomar pulque, diciéndole que era un brebaje para alcanzar la inmortalidad. 

No le mintieron, porque así se sintió de feliz Topiltzin mientras estaba embriagado, tanto que entre sus desvaríos faltó a su celibato; dicen algunas fuentes que con su propia hermana. Ya en la cruda, entre el horror de su malestar o sus pecados, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl decidió o fue expulsado del reino de Tula, embarcándose en Coatzacoalco y a su paso fundó ciudades como Chichen Itza y Cuscatlán, en Honduras. 

Desde entonces la dualidad Tecaztlipoca-Quetzacóatl sirvió en el mundo azteca para explicar lo bueno y lo malo que pasaba en el entorno. Ya se imaginarán a quién culpaban o a quién agradecían, por lo que Tezcatlipoca , el omnipresente y voluble dios más cercano a la rebeldía que a la maldad, fue el demonio perfecto para los llegados del otro mundo.

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