“Tiene mirada de águila”, “ es más necio que un burro”, “nada como delfín”, “come como cerdo”, “tiene una lengua de víbora ”, “ se ríe como chango” …La forma más directa y explicita de describir las cualidades o defectos de una persona es a través de una analogía animal que no es una cuestión peyorativa o metafórica, lo cierto es que las similitudes del ser humano con la amplia zoología provienen del origen común que durante miles de años de civilización se ha percibido como un tiempo en donde éramos bestias salvajes de instintos básicos que ocupamos un lugar nada privilegiado en la cadena alimenticia.
Y así fue durante millones de años… hasta que un buen día, este chango sin cola dependiente de la manada, hiperactivo, siempre alerta, escandaloso, curioso, con mucha facilidad para imitar a voces y actitudes de otras especies, se decidió a bajar de los árboles, erguir el cuerpo, ver hacia el horizonte lejano, allá donde se ocultaba la luz y el calor e imagino que yendo hacia allá ya no estaría a merced de la oscuridad y el peligro de ser comido por los depredadores.
Fue entonces que regreso con la manada y con sonidos guturales, gestos y mucha emotividad les comunico su idea. En ese momento surgieron de un parto común y con el descubrimiento del pensamiento abstracto, varias de las construcciones sociales que darían forma a la civilización: la comunicación a través de la palabra y la actuación que convierte en conceptos memorables y replicables las ideas, la religión que nos convoca a seguir ese camino de luz que nos librará de la muerte, el miedo y la oscuridad; y al mismo tiempo el liderazgo que surge del intelecto para retar, o pactar, con el poder del más fuerte, la generación de ideas y la promesa de un mejor futuro. Y así el chango aventurero, platicador y creativo fue el ancestro común de Sacerdotes, Actores, Políticos, Comunicólogos , Futurólogos, Revolucionarios y Demagogos.
Miles de años después, el mono desnudo evolucionado se autoproclamó hijo de Dios y beneficiario de la creación; el ser más inteligente sobre la faz de la tierra y bajo estos argumentos se transformó en el máximo depredador del ecosistema , se apropió sin el menor respeto del planeta y sepultó bajo el raciocinio y la espiritualidad su lejano y algo vergonzoso y denostado origen animal.
Grave error. El investigador Desmond Morris, basándose en los estudios de los pioneros del evolucionismo, Charles Darwin, Lamark, Medel y De Vries desarrollo una teoría por demás revolucionaria que causó una gran polémica pues llamó a la especie humana “los monos desnudos” y nos analizó desde un punto de vista meramente animal. Morris explico, por ejemplo, que “como primates heredamos la carga del sistema jerárquico, este es un elemento imprescindible en la vida de los primates . Nuestro impulso siempre es el agresivo y se produce por una serie de cambios fisiológicos básicos del sistema nervioso: el simpático y el parasimpático. El primero nos incita a la violencia extrema y el segundo a detenerse a pensar y solucionar el conflicto razonadamente”.
Sin embargo, por más racionales que queramos ser, nuestro organismo crea adrenalina y esta sube hasta el cerebro y entonces surge la imperiosa necesidad de descargar nuestra furia de una u otra manera; y es así que nuestra fiera interior, siempre termina ganando. Y es que contra millones de años de la memoria animal que forma parte de nuestra genética, nada puede hacer el razonamiento, las reglas sociales o la amenaza del castigo divino.
Este animal que habita en nuestro cuerpo no es una simple mascota domesticada. Se llama instinto animal y gracias a ello logramos sobrevivir como especie, aunque a estas alturas de nuestra sofisticación intelectual, nuestra animalidad básica sigue siendo objeto de polémicas entre los especialistas en disciplinas tan diversas como la biología, etología, psicológica, filosofía, la antropología e incluso la teología.
Según el enfoque biológico clásico, los instintos básicos son esencialmente el de alimentarnos, sobrevivir y el apareamiento sexual. Lo curioso es que estos tres mandatos , y no precisamente en este orden , no solo están codificados en nuestro ADN, sino que por más evolucionados, inteligentes y reyes de la creación que aparentemos ser , siguen siendo el leitmotiv de nuestro día a día. Lo dicho, nuestro yo animal nunca pierde.