INSTINTO NATURAL: EL YO ANIMAL QUE HABITA NUESTRO CUERPO

COMER, SOBREVIVIR Y TENER SEXO… ¡ESTA ESCRITO EN NUESTRO ADN!

“Tiene mirada de águila”, “ es más necio que  un burro”, “nada como delfín”, “come como cerdo”,  “tiene  una lengua de víbora ”, “ se ríe como chango” …La forma más directa y explicita de describir las cualidades o defectos de  una persona es a través de una analogía animal que no es  una cuestión peyorativa o metafórica, lo cierto es que  las similitudes del ser humano con la amplia zoología provienen del  origen común que  durante miles de años de civilización se ha percibido como  un tiempo en donde éramos bestias salvajes de instintos básicos que ocupamos un lugar nada privilegiado en la  cadena alimenticia.

Y así fue durante  millones de años… hasta que un buen día, este  chango sin cola dependiente de la manada, hiperactivo, siempre alerta, escandaloso, curioso, con mucha facilidad para imitar a  voces y actitudes de otras especies,  se decidió a bajar de  los árboles, erguir el cuerpo,  ver hacia el horizonte lejano,  allá donde se ocultaba la luz y el calor e imagino que yendo hacia allá ya no estaría a merced de la oscuridad y el peligro de ser comido por los depredadores.  

Fue entonces que regreso con la manada y con sonidos guturales, gestos y mucha emotividad les comunico su idea. En ese momento surgieron de  un  parto común y con  el descubrimiento del pensamiento abstracto, varias  de las construcciones sociales  que darían forma a la civilización: la comunicación a través de la palabra y la actuación que convierte en conceptos memorables y replicables las ideas, la   religión que nos convoca a seguir ese camino  de luz que nos librará de la muerte,  el  miedo y la oscuridad; y al mismo tiempo el liderazgo que surge del intelecto  para retar, o  pactar,  con el poder   del más fuerte, la generación  de ideas y la promesa de  un mejor futuro.  Y así  el chango aventurero,  platicador y creativo fue el ancestro común de  Sacerdotes, Actores, Políticos, Comunicólogos , Futurólogos, Revolucionarios  y Demagogos.

Miles de años después, el  mono desnudo evolucionado se autoproclamó hijo de Dios y beneficiario de la creación;  el ser más inteligente  sobre la faz de la tierra  y bajo estos argumentos  se transformó en el máximo depredador del ecosistema ,   se apropió sin el menor respeto del planeta y sepultó bajo el raciocinio y  la espiritualidad su lejano y algo vergonzoso y denostado origen animal. 

Grave error.  El investigador Desmond Morris,  basándose en los estudios de los pioneros del  evolucionismo, Charles Darwin, Lamark,  Medel y De Vries desarrollo una teoría por demás revolucionaria que causó una gran polémica pues llamó a la especie humana “los monos desnudos” y nos analizó desde un punto de vista meramente animal. Morris explico, por ejemplo,   que  “como primates heredamos la carga del sistema jerárquico, este es un elemento imprescindible en la vida de los primates . Nuestro impulso siempre es el agresivo y se produce por una serie de  cambios fisiológicos básicos del sistema nervioso: el simpático y el parasimpático. El primero nos incita a la violencia extrema y el  segundo a detenerse a pensar y solucionar el conflicto razonadamente”. 

Sin embargo,  por más racionales que queramos  ser, nuestro  organismo crea adrenalina y esta sube hasta el cerebro y entonces surge la imperiosa necesidad de descargar nuestra furia de una  u otra manera; y es así que nuestra fiera interior, siempre  termina ganando. Y es que contra millones de años de la  memoria animal que forma parte de nuestra genética, nada puede hacer el razonamiento,  las  reglas sociales  o la amenaza del castigo divino. 

Este animal que habita en nuestro cuerpo no es una simple mascota domesticada. Se llama instinto animal y  gracias a ello  logramos sobrevivir como especie, aunque a estas alturas de nuestra sofisticación intelectual, nuestra animalidad básica sigue siendo objeto de polémicas entre los especialistas en  disciplinas tan diversas  como la biología, etología, psicológica, filosofía,  la  antropología e incluso la teología. 

Según el enfoque biológico clásico, los instintos básicos son esencialmente el de alimentarnos,  sobrevivir  y el apareamiento sexual. Lo curioso es que estos tres mandatos , y no precisamente en este orden , no solo están codificados en nuestro  ADN, sino  que por más evolucionados,  inteligentes  y reyes de la creación  que aparentemos ser , siguen siendo el leitmotiv  de nuestro día a día. Lo dicho, nuestro  yo animal nunca pierde. 

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