El hastío, sufrimiento y náusea que nos provoca la vida, nos lleva poco a poco a tejer un disfraz; un pedazo de carne y un saco de huesos que nos esconda del mundo de dudas, tormentos y miedos. Frente a este problema de carácter universal, todos los seres pondrán a prueba su valentía, coraje y honor, demostrando que la lucha y resistencia más digna del hombre, consiste en la búsqueda incesante de lo trascendental…
Y ¿quién si no un mago, brujo o hechicero, ha de cargar los secretos universales que todos los seres humanos anhelamos conocer?
“Fue en el castillo de Warwick donde me topé con el extraño personaje de quien voy a hablar. Me llamó la atención por tres razones: su ingenua simpleza, su asombrosa familiaridad con las armaduras antiguas y el sosiego que ofrecía su compañía -pues era él quien llevaba toda la conversación-… Mientras hablaba, suave, agradable, fluidamente, parecía alejarse imperceptiblemente de nuestro mundo y nuestro tiempo y adentrarse en una era remota y un país olvidado, y de tal manera me fue hechizando con sus palabras que creí encontrarme entre los espectros y las sombras y el polvo y el moho de una gris antigüedad… me hablaba de sir Lanzarote del Lago, sir Galahad y todos los otros caballeros famosos de la Mesa Redonda, ¡y qué viejo, qué indescriptiblemente viejo y ajado y seco y descolorido parecía a medida que seguía hablando! De repente, se volvió hacia mí para decirme con la naturalidad con que uno habla del tiempo o de cualquier otro asunto trivial:-Ya habrá oído hablar de la transmigración de las almas, ¿pero sabe algo acerca de la transposición de épocas y cuerpos?”
Es a través de esta narrativa adaptada, que el monumental escritor norteamericano Mark Twain nos introduce y transporta a un tiempo de caballeros, espadas, castillos, reyes y princesas. En su obra “Un yankee de Connecticut en la corte del Rey Arturo” de 1889, ofrece de una forma satírica e hilarante, un viaje a través del tiempo; un comparativo entre la civilización del siglo XIX y a la Edad Media europea y presenta al Mago Merlín no solo como un personaje antagonista, sino como todo un charlatán. Lo cierto es que tanto Merlín, como Twain y su obra, logran superar el tiempo y el espacio y se han convertido en referentes eternos y universales.
La leyenda del Mago Merlín precede a los tiempos artúricos. El origen se ha logrado rastrear hasta los tiempos de la mitología celta y se le relaciona con un poderoso druida capaz de conocer el pasado y el futuro. Invocando a la leyenda, Merlín surge como la trasmutación oral de la tradición de Lailoken, un caballero que enloqueció tras la muerte de su rey, y en su retiro en los bosques adquirió el poder de profetizar; la figura de Ambrosio el Niño, quien profetizó la victoria del dragón blanco que representaba a los sajones en la fortaleza de Dinas Emrys.
Sin embargo, las primeras referencias formales de este personaje suceden en la Edad Media temprana, y se habla de él como un bardo galés, del siglo VI, de nombre Myrddin Wyllt. Su representación no es del todo mágica, sino corresponde más bien a un bardo o poeta… ¿Pero no es la magia una suerte de poesía?
Históricamente hablando, el portal recreacionhistoria.com, documenta que Merlinus Ambroisius es “hijo de la princesa de Dyved y de un demonio incubo, es un ser creado con la intención de que fuera la perdición de las almas mortales, pero al ser bautizado en su nacimiento, el demonio pierde potestad sobre él, ganando libertad de escoger.”
Pero más allá de su origen y aspecto, o de sus cualidades mágicas y de su ambigua personalidad, el Mago Merlín es un personaje cuyo mito ha sido bañado con ríos de tinta y un vasto recorrido kilométrico de cinta cinematográfica. Por ejemplo, en el film Los caballeros de la Tabla Redonda estrenada en 1937, del director y controvertido artista Jean Cocteau, Merlín es una fuerza negativa, un viejo cruel y manipulador de la corte del Rey Arturo.
En El señor de los anillos de Tolkien, lo podemos reconocer en el “buen” mago Gandalf, que tiene como antagonista al diabólico Saurón. Y en la saga de Harry Potter, el director Albus Dumbledore es distinguido con la Orden de Merlín Primera Clase pues su autora J.K. Rowling escribe en este universo mágico, que Merlín había asistido a Hogwarts, siendo un alumno ejemplar de la casa Slytherin.Pero quizá la personificación más entrañable de Merlín, está en el clásico segmento “El aprendiz de Brujo” del laureado film Fantasía de Disney, en donde el pequeño Mickey aprende el oficio de Merlín de una manera catastrófica pero muy divertida. ¿No es esta la mejor alegoría sobre la magia de la niñez? Una magia que, gracias a la figura de Merlín, druida, profeta o charlatán, ha logrado vencer al tiempo, el espacio y el olvido.