“Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo. Yo quise ser jugador de futbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho me fue muy mal porque siempre fui un pata dura ¡terrible! La pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor no correspondido. También era un desastre en otro sentido: cuando los rivales hacían una linda jugada yo iba y los felicitaba, lo cual es un pecado imperdonable para las reglas del futbol moderno.”
Con estas sencillas palabras, cargadas de pasión y humildad, el escritor Eduardo Galeano confiesa su amor por el futbol y su frustrada relación con un juego en donde el decidió no ser protagonista en la cancha callejera, sino en el estadio de las letras.
El autor nacido un 3 de septiembre de 1940 en Montevideo, Uruguay; Eduardo Germán María Hughes Galeano escribió entre tantas cosas, Las venas abiertas de América Latina en 1971; los tres tomos de Memoria del Fuego para 1986; y El fútbol a sol y sombra en 1995, en donde dejaría frases inmemoriales para la historia del deporte pasión, en una suerte de ejercicio de Rayos X que revela minuciosamente hueso por hueso, actor por actor y de piel a piel los elementos protagónicos de ese escenario del teatro humano que es el futbol.
He aquí algunos fragmentos de “A sol y a sombra”, una obra que cualquier apasionado del fut,`pero también de las letras, sabrá reconocer como propio
El fútbol
La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría dejugar porque sí.
En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana.
El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía.
¿El opio de los pueblos?
El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.
En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.
El hincha
Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades.
Rara vez el hincha dice: “hoy juega mi club”. Más bien dice: “Hoy jugamos nosotros”. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
Cuando el estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.
Pecando quizá de egolatría, quisiera compartir con ustedes que esta obra me ha podido transportar a mi niñez , a ese tiempo en donde el futbol y no las letras, eran mi motivación de vida. Recuerdo que, para mi papá, no existía situación de vida que no se pudiera ejemplificar en un campo de futbol. Y si algo me ha unido a él, más que cualquier relación consanguínea, es el amor en común que ambos compartimos por el deporte.
A sol y a sombra, en la cancha futbolera , en el estadio de las letras o en las gradas de esta vida que pasa frente a mi como un partido en que a veces pierdo, pero a veces gano, no puedo dejar de asombrarme y congratularme al poder combinar mis dos redondas pasiones: El Futbol y la Literatura.
Gracias por siempre jamás, Eduardo Galeano.