Como sucede cada año desde hace más de cuatro siglos y medio, millones de creyentes acuden en procesión a la Basílica de Guadalupe ubicada en las faldas del cerro del Tepeyac de la Ciudad de México, un punto religioso, mágico y trascendental para la identidad y pertenencia del pueblo mexicano y en estos de tiempos de marchas, mítines y demostraciones masivas de “músculo político”, el verdadero milagro está en la devoción que convoca coincidencias y no el panfleto que divide, resta y multiplica nuestras diferencias.
Sin lugar a dudas, la Guadalupana puede tener connotaciones religiosas, artísticas o incluso festivas. Hay tantas versiones del mexicano como personas hay en México y nuestra Virgen de Guadalupe, Lupita, la Morenita o la Guadalupana , representa algo distinto para cada uno de nosotros, los mexicanos, pero también hacia otros pueblos y nacionalidades ya que a Virgen de Guadalupe es patrona de México, las Américas y Filipinas.
El culto guadalupano tiene su origen tras las cuatro apariciones que presencia San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, indígena de la etnia chichimeca entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531de acuerdo a la narración que realiza el discípulo de Fray Bernardino de Sahagún, Antonio Valeriano (1521–1605), en el texto Nican Mopohua cuyo título completo es “Aquí se cuenta se ordena como hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe”.
El cronista español fray Juan de Torquemada, autor de la monumental obra “Monarquía indiana”, documenta que “Antonio Valeriano, Indio, vecino de Azcapotzalco, a una legua de esta ciudad, gobernador de esa parte de la ciudad de San Juan, cual llaman Tenochtitlan, donde como buen conocedor de latín, lógico y filósofo, sucedió a sus maestros en el Colegio de Tlatelolco y luego fue elegido gobernador de México y gobernaba más de 35 años los indios de esta Ciudad, con grande aceptación de los Virreyes, y edificación de los Españoles: y por ser Hombre de muy buen Talento, tuvo noticia el Rey de él, y le escribió una carta muy favorable”.
Es importante determinar tanto la autoría del Nican Mopohua (en lo cual coinciden cronistas e historiadores de diversas épocas, como Bernardino de Sahagún, Fernando Alvarado Tezozómoc, Edmundo O’Gorman y más recientemente Miguel León Portilla), como la veracidad del relato de los milagros ocurridos, pues según narra la tradición guadalupana, Antonio Valeriano escuchó la historia narrada por el propio Juan Diego, quien falleció en 1548.
Lo cierto es que el culto guadalupano en la Nueva España fue recibido en sus inicios con cierta reticencia por parte del clero peninsular y nunca ha dejado se ser motivo de controversia , pero sería el 5 de septiembre de 1556 . El cronista español fray Juan de Torquemada, autor de la monumental obra “Monarquía indiana”, documenta que “Antonio Valeriano, Indio, vecino de Azcapotzalco, a una legua de esta ciudad, gobernador de esa parte de la ciudad de San Juan, cual llaman Tenochtitlan, donde como buen conocedor de latín, lógico y filósofo, sucedió a sus maestros en el Colegio de Tlatelolco y luego fue elegido gobernador de México y gobernaba más de 35 años los indios de esta Ciudad, con grande aceptación de los Virreyes, y edificación de los Españoles: y por ser Hombre de muy buen Talento, tuvo noticia el Rey de él, y le escribió una carta muy favorable”.
Lo cierto es que el culto guadalupano en la Nueva España fue recibido en sus inicios con cierta reticencia por parte del clero peninsular. Según la investigación realizada por la historiadora y académica mexicana Gisela von Wobeser Hoepfner en su obra Antecedentes iconográficos de la imagen de la Virgen de Guadalupe, “El arzobispo de México, Alonso de Montúfar, predicó un sermón en la ermita del cerro del Tepeyac, situado al norte, en las inmediaciones de la ciudad de México, durante el cual exaltó diversos milagros realizados por la Virgen de Guadalupe. Francisco de Bustamante, el prior de la orden franciscana, no estuvo de acuerdo con lo dicho por Montúfar, por lo cual, tres días después, a su vez, abordó el tema en un sermón que predicó durante una misa solemne , en honor a la natividad de la Virgen, celebrada en el convento de San Francisco de México, en presencia del virrey, los miembros de la Real Audiencia, las máximas autoridades civiles y religiosas del virreinato, así como de una nutrida concurrencia de fieles. Sostuvo que el culto a la Virgen de Guadalupe, por ser muy reciente, carecía de un fundamento sólido, como, por ejemplo, era el caso de Nuestra Señora de Loreto; por lo cual ninguno de los milagros atribuidos a la imagen estaba comprobado y era reprobable la conducta de quienes los difundían; que la “invención” y “publicación” de dichos milagros constituía idolatría e iba contra las enseñanzas que los religiosos habían dado a los naturales…”
De acuerdo a la investigación a la compilación de los Testimonios Guadalupanos de Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, “El arzobispo Montúfar, como principal impulsor del culto guadalupano y de los milagros atribuidos a la Virgen, se sintió atacado por Bustamante, por lo cual presentó una denuncia en su contra. Ésta dio lugar a una averiguación en la que testificaron nueve personas: tres clérigos, dos funcionarios de la Real Audiencia, un allegado a Montúfar y tres vecinos de la ciudad de México (…) Gracias a estos testimonios se sabe que, en 1556, unos 25 años después de la fundación de la ermita, el culto a la Virgen de Guadalupe se había extendido a todos los sectores de la población y ya no era privativo de los indios, como lo había sido al principio. Ricos y pobres de la ciudad de México y de las inmediaciones acudían los domingos y días festivos al Tepeyac a escuchar misa y a llevar ofrendas a la Virgen.”
A partir de ese momento el culto guadalupano se convirtió en parte de la identidad mexicana novohispana. Pero las raíces devocionales de esta imagen tienen su origen en el culto a la Virgen de Guadalupe de Extremadura, en España, y se conoce que tanto Cristóbal Colón, quien bautiza la isla antillana de Karukera con el nombre de Guadalupe en 1493; así como Hernán Cortés, quien en algunos de los pasajes más difíciles de su vida se encomienda a la patrona extremeña y reina de la hispanidad en cuyo santuario se venera la, figura sedente de la virgen realizada en madera negra que fuera objeto de adoración de Alfonso XI “El justiciero”.
La Guadalupana es considerada la reina de la hispanidad, es la patrona de México, la emperatriz América y a partir de la época virreinal su fidelidad se extiende hasta la Capitanía General de Guatemala, el Virreinato de Nueva Granada y el Virreinato del Perú, por el norte hasta la Alta California, el Territorio de Nutka, las Provincias Internas y el Territorio de La Luisiana, por el este hasta España, la Capitanía General de Cuba, la Capitanía General de Santo Domingo y la Provincia de La Florida; y, por el oeste hasta la Capitanía General de Filipinas y la Gobernación de Taiwán.
La Virgen de Guadalupe, María la Madre de Dios, o Tonantzin, la diosa madre, une dos realidades para formar una más grande que ha estado históricamente presente en el desarrollo de México como país desde el siglo XVI incluso en sus procesos sociales más importantes como la Independencia , Reforma y Revolución Mexicanas.
Quizá el verdadero milagro de Nuestra Señora de Guadalupe está el hecho de que superando fronteras, razas, procesos políticos y sociales, la devoción guadalupana ha permeado no solo el espíritu de sus fieles creyentes, y se ha transformado en objetos artísticos que enriquecen la cultura planetaria, a través del amor y la esperanza que inspiran, construyendo a través de la fe, los indestructibles puentes transoceánicos que, sin lugar a dudas, invocan a nuestra mexicanidad ancestral.